En la casa todo estaba
a oscuras. Una niña de pelo castaño se escondía debajo de su mullido edredón,
llorando y suplicando que los gritos finalizaran. Su madre ya le había dado las
buenas noches, pero sin contarle su cuento favorito en consecuencia la niña no
se podía dormir. Sonidos extraños se escuchaban al otro lado de la puerta de su
habitación. Tenía miedo, pero se estaba haciendo pis y no quería que al día
siguiente su papa la regañara por hacérselo en la cama porque se suponía que ya
era una niña grande y las niñas grandes no hacían esas cosas.
La niña bajó de la cama
con pequeños temblores a causa del miedo. Tubo ganas de ponerse a llorar cuando
escuchó que algo se caía al suelo y se rompía. ¿Dónde estaba su mama? Abrió la
puerta lentamente, y echó un pequeño vistazo para ver si había alguien. El
pasillo estaba a oscuro pero no se sentía a nadie. Tragó saliva recordando lo
que su papa le había contado sobre las niñas malas y los monstruos. La había
advertido que si se portaba mal un monstruo aparecería por la noche y se la
comería. Pero ella no se estaba portando mal, solo tenía pis y como no fuera
rápida se lo haría encima y entonces si que vendrían a por ella.
Caminó lentamente por
el pasillo cuando de repente escucho voces en el comedor.
-
¿¡Pero quien te crees que eres!? – dijo una voz
furiosa. Luego otro ruido de algo que se rompía.
-
Vas a despertar a la niña – gemía una mujer.
-
¿Y que más me da a mi esa pequeña mocosa? – dijo
el hombre todavía más furioso.
-
No la llames así, es mi hija – dijo la mujer
subiendo el tono de voz.
-
Tu hija ¿no?
Unos pasos se acercaron
a la puerta, detrás de ella la pequeña escuchaba paralizada por el miedo. El
hombre abrió la puerta furioso y se quedo mirando a la niña de ojos oscuros
empañados por las lagrimas con ira. La apartó con un empujón haciendo que la
niña se cayera al suelo. Desde dentro de la sala la mujer de cabellos castaños
se acercó a su hija acogiéndola entre sus brazos.
-
Mama, me hice pis – dijo la niña entre sollozos,
miedosa.
-
No pasa nada mi niña, no pasa nada – dijo la
mujer con una sonrisa tierna a pesar del ojo hinchado.
La pequeña alcanzó la
mano hacía el rostro de su madre.
-
¿Duele? – pregunto preocupada.
-
No, ya no. Si tu estas conmigo, el dolor
desaparece.
Se escuchó el portazo
de la puerta de la entrada. Las dos se quedaron abrazadas. La niña no paraba de
llorar, mientras su madre la llenaba de palabras cariñosas llevándola a su
cuarto. La cambió y la acurruco en la cama. Las ultimas palabras de su amada
madre quedaron gravadas en aquel pequeño corazón, una palabras de despedida con
una sola promesa, volvería a por ella. Después de aquel día en la vida de la
niña se cernió una oscura y fría soledad.
Samantha despertó de
aquel sueño entre lagrimas, totalmente desesperada. Le costaba respirar presa
de aquel triste sueño. Descubriendo para si misma el motivo de la marcha de su
madre. Quería levantarse pero la falta de respiración la dejó paralizada en la
cama. Entonces Jack entró por la puerta se acercó rápidamente a ella y la
abrazó.
-
Sam, respira por favor – le dijo desesperado –
Tranquilízate y respira. No estas sola, yo estoy contigo.
Al notar el calor de su
cuerpo, su cálido aliento sobre mi pelo y el tranquilo latido de su corazón
comencé a tranquilizarme. Jack me frotaba suavemente la espalda. Yo me aferraba
muy fuerte a él.
-
Ahora lo recuerdo todo – dije en un susurro.
-
¿Decías? – me dijo Jack como si hubiera estado
en su mundo.
-
Ahora recuerdo porque se fue mi madre – dije al
borde de las lagrimas, de nuevo.
Esa noche no hablamos
más. Jack no dejó de abrazarme hasta que empecé a quedarme dormida por el
llanto. Me acostó delicadamente para después besarme en la frente y susurrar
entre dientes:
-
Descansa Sam, mañana te tengo preparada una
sorpresa.
Quise contestarle pero
me sumergí en un tranquilo sueño sin pesadillas.
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