29 febrero 2012

Capitulo 5 "Amar al destino"


Akelarre fue el nombre que se le dio a las reuniones nocturnas en las que las mujeres consideradas brujas se reunían. También se las conoce como Sabbath (pero no hay que confundir a éste con el día de descanso según los judíos, que también es el sabbath). La palabra akelarre procede del euskera, de la unión de aker+larre, que literalmente se traduciría como "prado del cabrón" o del macho cabrío.
Se acusaba a las mujeres de usar estas reuniones como provocación, de invocar en ellas al diablo (el macho cabrío) para pactar con él, de llevar a cabo toda suerte de orgías en las que participa también el demonio, de hacer sacrificios o ritos malignos que causaban mal al pueblo... Aunque realmente, a estas reuniones no acudían extraños, con lo que esto no son sino elucubraciones e hipótesis hechas muchas veces desde el miedo o el rechazo. Probablemente el que una serie de mujeres se reuniesen por su cuenta no resultaba normal en la época y daba pie a rumores infundados, más aún si la reunión era por la noche, pero no hay pruebas de que realmente se realizaran esos sacrificios. Sí se sabe que se reunían, que bailaban desnudas bajo la luna, que preparaban infusiones con hierbas que ellas mismas solían recoger... poco para los castigos que sufrieron muchas de ellas después. También es posible que algunas de las cosas con los que se asociaron los akelarres sucedieran de algún modo provocadas por las propias supersticiones de la época, que conseguían que las mujeres llegaran a autosugestionarse hasta el punto de tener alucinaciones que luego relatarían (en las que sí que podría aparecer una imagen que les recordara al demonio).

Aun no habíamos bajado por las escaleras cuando Blair se paró en seco. Se llevo las manos a la cabeza.

-          Espérame aquí, enseguida vuelvo – no me dejo decir nada, no había terminado la frase cuando ya se estaba yendo.

Desde abajo llegaban las voces de la gente que había venido a mi fiesta. Me había levantado con muchas ganas, llevaba esperando este día desde que era pequeña, pero ahora se me antojaba agobiante. Mucha gente y muy poca era conocida. Gente que en realidad ni me conocía y ni ganas tenía. Tenía el consuelo que al menos las personas que más quería iban a estar presentes, aunque fueran pocas.

-          Ya estoy aquí ¡Casi se me olvidaba! – en la mano llevaba un frasquito pequeño trasparente con un liquido amarillento – Tienes que bebértelo antes de bajar – me sonrío satisfecha.

-          ¿Eso es lo que estabas preparando esta tarde? – no tenía muy buena pinta, la verdad.

-          Sí y ya lo sé, el color no incita a bebértelo, pero me has dicho que me harías caso ¿recuerdas? – alzó una ceja.

-          Si – dijo apesadumbrada.

No tenía más remedio que cumplir con mi palabra. Cogí el frasquito y le eche un vistazo. Al menos si esto me mata no tendré que soportar al imbécil de Tomas nunca más. Lo destapé, me tapé la nariz y me lo tragué de una sola vez. Para mi sorpresa no sabía nada mal. Es más, creo que sabía a melón. Blair se rió ante mi expresión, me cogió del brazo y bajamos.

No conocía a nadie. No veía por ningún lado a Rosemary ni a mi padre. La gente se me iba acercando y me iba saludando. Me dijeron tantos nombres que al tercero ya deje de intentar recordarlos. Blair no se separaba de mí ni un ápice. Se lo agradecí con toda mi alma, aunque ella no lo supiera me estaba haciendo un gran favor.

-          Hermanita, estas... – me miró de arriba abajo. Por favor, que no diga que estoy mona, será la numero cien desde que he bajado por las escaleras – encantadora – había aguantado el aire y fue escuchar eso y dejarlo escapar de golpe. Max siempre me tranquilizaba con sus palabras, era como si supiese lo que quería oír en cada momento - ¿Cómo llevas la noche de tu cumpleaños?

Error. Esa no era la pregunta correcta. Esto no parecía un cumpleaños, más bien era una reunión del asilo. ¿Cómo conocía la intrusa a tanta gente mayor? Seguro que los había invitado solo para sentirse más joven. La semana pasada se encontró una arruga en la cara y se paso tres días encerrada en su dormitorio pringándose la cara de crema.

-          No te preocupes hermanita, si esto resulta ser tan aburrido como parece serlo nos vamos los tres al bosque – se acercó a mi oído – Se donde guarda el viejo Henry su botella de brandy – yo me reí por lo bajo.

-          Max, la noche solo a comenzado – comenzó a decir Blair – A Holly le esperan muchas sorpresas y te aseguro que no se va a aburrir.

Acto seguido me arrastró hacía un lugar donde había menos gente. La verdad es que Blair no le tenía mucha simpatía a Max. Según ella siendo el hijo de tal persona no debe ser tal como aparenta. Pero la verdad es que Max siempre ha sido amable conmigo y se ha mostrado muy generoso. Cuando todo cambió en mi vida el estuvo allí para darme un mano y poder andar a su lado para seguir adelante.

-          Tu tía y tu abuela están por venir – dijo Blair mientras tenía fija la mirada en la puerta de la entrada.

-          ¿Cómo lo...? – no pude terminar la frase, la puerta se abrió.

Allí estaban. Mi verdadera familia, por la que nunca había sentido rechazo. Los pies se me movieron solos. En dos segundos estaba en los cálidos brazos de mi tía.

-          Felicidades cariño – me dijo mientras me apretaba más fuerte hacía su cuerpo – Tu madre estaría orgullosa de la bella mujercita en la que te estas convirtiendo. Pero... – me miró de arriba abajo - ¿de quien ha sido la idea de este vestido? – y puso una cara de burla.

-          De la... de Rosemary – me mordí el labio inferior avergonzada.

-          ¡Bah! – espetó de golpe mi abuela – Esa chica nunca entendió nada – me miró y me sonrió - ¿No le vas a dar un beso enorme a tu abuela? – y extendió los brazos hacía mi.

Al abrazar a mi abuela sentí como una pieza dentro de mí empezaba a encajar, o más bien, como si me dieran la pieza que me faltaba. El contacto de aquel beso en su mejilla arrugada hizo que mi vello se erizada a notar una corriente por todo mi cuerpo. El contacto de una mano sobre mi hombro me saco de mi sorpresa.

-          Holly, deja respirar a tu abuela – era Rosemary – Me alegro de que hayáis podido venir. Holly estaba ansiosa por veros – sonrío forzadamente – Pero claro, hoy es un día importante, no me extraña que este nerviosa, ¿no Jane?

-          Por supuesto Rosy – Rose hizo una mueca de fastidio al escuchar su nombre – Estamos muy contentas de estar aquí hoy. Al fin y al cabo hoy no solo es un día importante para ella.

-          ¡Hermana! – grito mi padre haciéndose paso entre la gente – Me alegro tanto de que estés aquí – mi tía le mató con la mirada, al parecer, ella tampoco le había perdonado nada de lo sucedido tras su marcha – Por favor, instalaros en las habitaciones y uniros a todos.

Rosemary y mi padre se fueron a hablar con unos amigos y mi tía, mi abuela, Blair y yo fuimos arriba. Era un alivio librarse de tanto agobio. Mucha gente se quedaba esta noche a dormir en casa por lo que a mi tía y a mi abuela les toco dormir en una misma habitación con camas separadas.

-          Blair, ¿se lo has dado? – dijo mi tía mientras dejaba la maleta sobre la cama.

-          Por supuesto, todo va según lo previsto – parecía satisfecha consigo misma.

-          Bien – mi tía volteo sobre si misma y me miró – Holly por fin ha llegado el día, el día más importante para todas nosotras.

-          ¿Qué día? ¿Tan importante es mi cumpleaños? – me gustaría que alguien me explicara de una vez por todas de que iba todo esto.

No entendía porque Rosemary parecía conocer a mi tía, ni porque esta le había llamado Rosy. ¿Qué tenía de especial mi cumpleaños?

-          Hoy, Holly, decidirás tu futuro – dijo mi abuela.

-          ¿Mi futuro? ¿Quieres decir que tengo que decidir ya que es lo que voy hacer con mi vida?

-          De alguna manera si – continúo mi tía – Hoy decidirás en que bando quieres estar.

-          ¿Bando de qué? – estaba totalmente confundida.

-          ¿Todavía no te has dado de quien eres? ¿De quien desciendes? ¿Cuál es tu misión? – dijo Blair.

-          No se de que me estas hablando – espeté. Pero la verdad es que tenía cierta idea a lo que se refería. Se refería a algo que ya Max me contó. Aunque ese día y los siguiente yo no quisiese creerlo las pruebas hablaban por si solas. ¿Por qué sino iba a ser capaz de curar con mis manos sin que me hiciera falta ningún tipo de medicina?

-          Hija mía, eres una bruja – anunció mi abuela – Una bruja de verdad, como nosotras – las miré a las tres, me devolvieron una sonrisa cómplice – Tu madre, mi hija, también lo fué. Era de las mejores. No había hechizo que no supiera. Ni alma que no quisiera sanar.

>> Debería explicarte que las brujas siempre hemos existido. Incluso antes que se dieran a conocer. Seguro que habrás escuchado hablar que las brujas invocan al demonio o cualquier barbaridad semejante. Déjame decirte, mi niña, que eso no es cierto. Nosotras amamos a la madre tierra ya que es ella la que nos da la vida. Nos da la fuerza y su sabiduría. Pero... como en todo no todo el mundo piensa igual y se crea la rivalidad por el poder.

>> Hace muchos años, más incluso de los que te puedas imaginar, la tierra vivía en paz y armonía con todos lo seres vivos. Ella nos otorgaba su fuerza y nosotros nada más teníamos que amarla y protegerla. Pero hubo una mujer que creyó que se podía sacar más provecho de la vida. Quería utilizar el poder de la madre naturaleza para hacerse más fuerte creyendo poder ser mejor que su diosa. Muchas más mujeres la siguieron en su visión pero hubo de otras que se negaron. Esto hizo que se crearan dos bandos enfrentados entre ellos. 

>> Comenzó una lucha por el poder. La madre naturaleza no actuó, no intervino, no ayudo al bando que quería protegerla. Por lo que muchas de sus seguidoras se aliaron al otro bando. Aun así la lucha siempre estuvo igualada. Pero un día, una de las fervientes seguidoras de nuestra señora, cayó. La líder se fue al altar de la diosa, con lágrimas en los ojos por la perdida, y le rogó:

>> Señora, vos que sois la más buena, la más poderosa, la más bella ayúdanos a buscar la luz, la paz. No queremos ninguna perdida más. Nosotras amamos tanto como vos lo que nos rodea y, lamentablemente, odiamos esta guerra por tener que luchar con lo que fueron un día nuestras hermanas. Guíanos en el camino, protégenos contra mal. La diosa no contestó  pero delante de ella se materializo un objeto con destellos de múltiples colores. La joven comprendió que eso era lo que las salvaría.

>> Al día siguiente, en la batalla, la muchacha se presentó con el objeto. Antes de dar el aviso de ataque lo alzo al cielo. En su interior suplico por la paz mientras que por sus ojos brotaban lágrimas. Los destellos de luz del objeto se intensificaron y alcanzaron a todos los presentes, dejándolos ciegos por unos segundos. Cuando pudieron volver a ver se dieron cuenta que la mujer que inicio la batalla había desaparecido y sin ella las fuerzas que las animaba a la lucha.

>> Aunque ese día la batalla finalizó las ideologías de las hermanas no desapareció, igual que ambos bandos. Aquel objeto no se volvió a encontrar o quizás las hermanas que buscaban la paz definitiva lo escondieron para que nadie sacara de allí el mal. Pero se inició una búsqueda y con ella querellas entre ambos bandos. Y así continua siendo en la actualidad.

Mientras mi abuela me lo explicó podía ver ante mi todas las imágenes de aquellos momentos. La lucha, la furia, el deseo por el poder, el ansia de paz... una lucha de sentimientos se desató en mi interior. Notaba como dos hilos tiraban de mí en direcciones contrarias como si de eso les fuera la vida. Deje de ver lo que tenía frente a mí. Las fuerzas me fallaron y caí de rodillas al suelo. Alcé la mirada y me vi rodeada de bosque y vegetación. Una brisa fresca con olor a flores trajo el canto de los pájaros a mis oídos. Frente a mi había un camino, un camino que llevaba a una pequeña ermita. Conseguí levantarme con dificultad y seguí el camino. La ermita se veía vieja y desgastada por el tiempo. La puerta de madera estaba llena de vegetación. Mucho me temía que estuviera atrancada pero cuando fui a empujarla esta se abrió sola.

Una luz me cegó a la vez que llenó de calor y energía mi cuerpo. Me sentía capaz de todo y a la vez de nada. Noté como alguien ponía sus manos frías en mis hombros. Abrí con dificultad los ojos y ví a la mujer mas bella del mundo.  Tenía los cabellos del color de la avellana, largos con ondulaciones y una cinta hecho de flores de cerezo. Su piel era del color del marfil. Sus ojos cristalinos me miraban con ternura y sus labios finos y rosados me sonreían. Llevaba un túnica de un verde pálido con una cinta en la cintura de un verde más oscuro. 

-          ¿Quién eres? – pregunté en un suspiro de admiración.

Su sonrisa fue más amplia pero no contestó. Sus manos se posaron en mi corazón y una luz llena de colores brotó de todo mi cuerpo.  Luego vi una secuencia de imagines de las cuales no saque nada en claro. Salía mi tía, mi abuela y Blair frente una hoguera cantando mi nombre. Luego vi a mi lobo corriendo a la desesperada hacía un fuego. Me sentí caer y un hombre de ojos verdes me cogió del brazo y me sacó. A los dos segundos me encontraba en un callejón oscuro y escuché la voz algo mas grave de Max en mi cabeza. Quise cerrar lo ojos y no ver nada pero la última imagen me dejo paralizada. Veía mis manos llenas de sangre, mi corazón latió con dolor y de mis labios salió un rugido. Luego no vi nada, solo escuché:

-          ¡Ya vuelve! – la voz de Blair.

Cuando desperté estaba en mi cuarto y mi querida familia me observaba. Mi abuela me sonreía, mi tía me abrazó y Blair no paraba de carcajear.

Me sentía diferente. Pero no lograba recordar nada. Hace un momento estaba escuchando la historia de la abuela y ahora estaba en mi cuarto. Mi tía se separó de mí y dijo:

-          Será mejor que bajemos a tu fiesta o Rosy se enfadará – y rió para si.
Todas bajamos. Nadie había notado nuestra ausencia salvo Max que cuando nos vio se lanzó hacía nosotras. Me miró con cara interrogativa y luego sonrió.

-          ¿Pasa algo? – le pregunté.

-          No, nada, todo esta genial – y se cruzó de brazos satisfecho.

Al poco rato me sentí agobiada. No conocía a casi nadie. Mi tía y mi abuela se pusieron a charlar con unas mujeres. Blair fue de caza a la mesa de la comida y no la volví a ver. Max fue secuestrado por una mujer de cabello canoso que le empezó a preguntar cosas sobre su vida. Así que viéndome sola y con calor salí al jardín con la intención de guarecerme durante un rato en mi bosque. Pero, justo antes de traspasar el umbral de la puerta, noté una mirada en mí. Un hombre, al fondo de la sala, me miraba con intensidad. El color verde de sus ojos hizo palpitar mi corazón con velocidad. Iba vestido de negro. La camisa la llevaba un poco abierta y dejaba ver el vello de su pecho. Tenía los brazos cruzados. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida pero a la vez atractiva, atrayente.  Cerré los ojos fuerte pensando que eran imaginaciones mías, y así fué, porque cuando los abrí, él ya no estaba. 

27 febrero 2012

Capitulo 8 "La luz de mi oscuridad"


El silencio inundaba la habitación. Por la ventana se veía la luz de la luna iluminando la noche. Se escuchó un tintineo de llaves. Tras varios segundos se abrió una puerta. Unos pasos se escucharon por el pasillo. Después de un largo silencio alguien pico a la puerta.
-          ¿Samy? – era mi padre, al parecer de buen humor.
Me levanté y fui abrir la puerta. Allí estaba él, despeinado, sin afeitar, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño, delante de mi puerta. Me dio lastima.
-          ¿Ocurre algo padre? – dije preocupada.
-          Estaba..., - se rasco la nuca – estaba pensando que mañana podríamos ir algún sitio tu y yo. Hace mucho tiempo que no salimos.
-          Si eso es lo quiere, a mi me parece bien padre – le dije, temerosa de que todo fuera una trampa, ya no sabía que esperar de él.
-          Muy bien – hizo ademán de darse la vuelta pero se paro en seco y me dijo – Mañana nos hincharemos a comer hasta reventar – me dijo sonriendo dejando ver una dentadura amarillenta y se fue.
Tras su marcha cerré la puerta. Estaba cansada, confundida, dolida y muy sola. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Mi padre manifestaba cambios de humor día tras día, Raquel no me hablaba desde que me pegó una bofetada la semana pasada y Jack no había aparecido por el instituto desde entonces. Necesitaba alguna respuesta, alguna esperanza. Y entonces se iluminó una bombilla en mi cabeza. Recordé el sobre que había encontrado en la basura semanas atrás. Abrí un cajón de mi cómoda y lo saqué. Algunas de mis preguntas quedarían resueltas una vez supiera el contenido de este sobre, pero me daba miedo lo que eso podría acarrear. Lo abrí y lo leí atentamente. Cuando acabé de leerla la carta cayo de mis manos temblorosas, lagrimas recorrían toda mi cara. Intenté volver a leer su contenido pero mis lagrimas no me dejaban ver más que manchurrones negros. No me lo podía creer. Otro cambio se avecinaba en mi vida. La carta contenía una citación con el juez para mi padre por no haberse presentado a varias citaciones con el abogado de la señora Mckain. ¡Mi madre! El motivo de la citación es que mi madre quería pedir el divorcio a mi padre además de mi custodia. Miré la fecha de la primera citación. La carta volvió a caer sobre la cama. Mi madre llevaba más de tres años intentando contactar con mi padre por mi. Pronto volvería a estar con mi madre. Lagrimas de alegría salían sin parar. Pero de pronto volví a la realidad. Mi móvil vibraba encima de la mesilla de noche. No conocía el número. Pero conteste.
-          ¿Si? ¿Con quien hablo? – dije intentando no sollozar.
-          ¿Sam? Soy Jack – dijo algo nervioso.
-          ¡Jack! ¿Qué te ha pasado esta semana? – una sonrisa broto de mi labios al tener noticias de él.
-          Tenía que atender asuntos familiares ¿y tu como estas? – le noté preocupado.
-          Igual que siempre – escuche a Jack soltar algún taco – Raquel no me habla, ¿tienes alguna idea de porque?
-          No tengo ni idea. Oye, ¿seguro que estás bien? – insistió.
-          Parece que quieras que me pase algo – bromeé.
-          No seas ridícula – me espetó - ¿Mañana vas estar en tu casa?
-          No, mi padre quiere ir a comer fuera ¿por qué? – hubo un silencio un poco largo.
-          ¿Y no podrías quedarte en casa diciéndole que estas enferma?
Tragué saliva. Si hiciera eso mi padre se enfadaría y el buen humor se esfumaría.
-          No puedo, lo siento – no se a que venia todo esto - ¿Cómo que tienes mi numero?
-          Mmm, se lo pedí al delegado – me dijo tranquilamente.
-          Vaya, ¿Jack?
-          Sí dime.
-          Cuando nos veamos quiero hablar contigo.
Se escuchó un suspiro.
-          Esta bien. Cuídate mucho ¿vale? – de fondo se escucho una voz femenina.
-          Sí, hasta luego.
Y se cortó la comunicación. Me quedé pensando un buen rato.  Esa voz femenina me resultaba sumamente familiar. No lograba recordar de que. Recogí la carta de encima de mi cama y la volví a guardar en mi cómoda. Me estiré en mi cama, y al poco rato me quede profundamente dormida.

26 febrero 2012

Capitulo 4 "Amar al destino"


El hombre lobo, también conocido como licántropo, es una criatura legendaria presente en muchas culturas independientes a lo largo del mundo. Se ha dicho que este es el más universal de todos los mitos (probablemente junto con el del vampiro), y aún hoy, mucha gente cree en la existencia de los hombres lobo o de otras clases de "hombres bestia".
En el folclore y la mitología, un hombre lobo es una persona que se transforma en lobo, ya sea a propósito o involuntariamente, a causa de una maldición o de otro agente exterior. El cronista medieval Gervase de Tilbury asoció la transformación con la aparición de la luna llena, pero este concepto fue raramente asociado con el hombre lobo hasta que la idea fue tomada por los escritores de ficción moderna. La mayoría de las referencias modernas están de acuerdo en que un hombre lobo puede ser asesinado si se le dispara una bala de plata, aunque esto es producto de la narrativa moderna y no aparece en las leyendas tradicionales. Como dato adicional, en el folclore se cree también que ha existido una fuerte rivalidad entre vampiros y hombres lobo, debido a que pertenecen a una misma raza de criaturas. Los licántropos, al haber renunciado a los poderes vampíricos para obtener una forma física superior, se ganaron el rencor de sus parientes.


Año 1998


Otra noche más vagando en mi propia soledad. Mis patas estaban heridas de la última batalla contra aquellos asquerosos chupasangres.  Esta vez había acabado con dos de ellos, lastima que fueran unos novatos. El muy cobarde de Allen me había mandado a su podrida servidumbre para matarme, pero habían fallado. Lastima que no llegara a tiempo aquel día...
>Jer, ¿estas bien tio? Hace semanas que no sabemos nada de ti, ¿por donde andas pulgoso?
Escuché esa voz en mi cabeza en cuanto me estiré a descansar. Era la voz de mi mejor amigo, Jonas. Era otro hombre lobo como yo, o licántropo como se prefiera decir. Pertenecíamos a misma manada aunque yo siempre iba a mi aire. No soportaba las órdenes y menos cuando todo dependía de mi. Jer tu eres la llave de todo me decían. ¡Pues que se metan la llave por...!
>Me atacaron unos chupasangres de pacotillas, pero terminé con ellos. La putada es que me han mordido las patas y ahora tengo su asqueroso veneno por mi sangre y no puedo cambiar de estado para curarme. Y pulgoso lo será tu padre Jonas.
>Jajaja Eso mismo le digo yo, pero igual que tu no me hace caso. ¿Quieres que me pase a por ti?
>No, me las se apañar solo. Tú vete a hacer que lo fueras a hacer y déjame tranquilo.
Por fin me dejo tranquilo. ¡Joder! En realidad me iría bien tener a alguien cerca... Estas heridas van a tardar toda la noche en curarse y ahora mismo estoy totalmente indefenso. Encima se ha levantado una niebla espesa. Bueno, mejor será que me levante e intente buscar algún sitio seguro. Durante media hora estuve vagando sin saber exactamente a donde iba pero sentía que había una cuerda atada a mi cuello que me llevaba a algún lugar en concreto. Un lugar muy familiar para mí, relacionado con mí pasado...
- ¡Blair! ¿Qué estas haciendo? – esa voz..., me suena, aunque parece haberse dulcificado con el tiempo.
- Preparo una pócima. Con esto seguro que nada malo ocurrirá esta noche – en cambio esta voz no me sonaba de nada.
- ¿Una pócima? Blair, eso no funcionará.
Las voces cada vez se escuchaban más cerca. Me escondí detrás de un gran árbol. Delante de mí había un pequeño claro en el bosque donde dos chicas estaban sentadas encima de unos troncos adorando a un pequeño fuego. Encima descansaba una cazuela de cocina. Algo se hervía dentro.  Una chica morena me daba la espalda. La otra estaba de pie removiendo el contenido de la cazuela con una cuchara de madera. Tenía el pelo del color del fuego. No la pude ver mejor. Si no estuviera tan herido quizás hubiera podido agudizar más la vista.
- Ya verás querida amiga, esta noche nunca más dirás que esto no funcionará – dijo la del pelo leonino.
- ¿Y como puedes estar tan segura?
- ¿Viene tu tía? – la morena movió la cabeza en forma de asentimiento – Pues entonces créeme en lo que te digo.
- Si tú lo dices... Desde que nos conocimos en aquel internado no te he escuchado decir nada con sentido, pero nunca fallas, eso te lo voy a tener que reconocer.
Rodee el pequeño claro para poder ver un poco mejor a la chica de pelo castaño. La cuerda me atraía hacía ella. Como aquellas dos veces años atrás. De repente alguien me tocó la cabeza.
- ¡Ostias! Un lobo – era una voz de chico – Holly, mira hermanita, un lobo.
La chica giró la cara al momento y me miró a los ojos sorprendida. Holly... Esa chica era la misma niña que me salvó una vez. Había crecido bastante. Y su cuerpo..., había madurado. Las curvas empezaban ya a ser visibles. Se había convertido en una chica delgada, con cintura pequeña y pechos pequeños, por ahora. Su rostro, digno de una hada, era..., no había palabras, unos labios finos pero sugerentes, una nariz algo chata pero sin desentonar y sus ojos..., de un  color violeta oscuro que me hacían perderme. Las piernas dejaron de sostenerme y me caí de bruces.
- ¡Oh! – Holly se me acercó – Tiene las patas heridas – Alcé la mirada y la miré directamente a los ojos – Tranquilo mi lobo, Holly te curará de nuevo – me reconoció, ¿por qué no me sorprendía?
Para una niña es fácil olvidar lo vivido cuando se es pequeña. Pero el saber que ella me recordaba me reconforto bastante.
- Déjame que me ocupe yo Holly – dijo la otra chica, Blair.
- No, deja que se ocupe Holly – le contesto el muchacho – El lobo quiere que así sea.
- ¿Y tu como narices...?
- Da igual, me ocupo yo porque quiero – apartó la vista de mi y les miró a ellos – Ahora iros para la casa y disimular, si la intrusa se entera que hemos estado aquí es capaz de talar el bosque.
- No creo que sea capaz de... – empezó a decir Blair.
- Sí, lo sería – dijo el muchacho.
- Gracias Max, ahora... – y les señaló con la mano la dirección que debían tomar.
A los pocos segundos ya estábamos solos. Como aquella noche. Solo que ahora no era de noche, faltaban aun unas pocas horas para ello.
- ¿Te has vuelto a hacer daño eh? – Holly se acercó más a mí para mirar mis heridas, en realidad por mucho que mirase no iba a poder a hacer nada. Si una humana tocase el veneno de vampiro podría morir. Acercó su mano y yo me aparté con dificultad – No te voy a hacer daño, ya lo verás – se arrancó un trozo de tela de su camiseta.
Tragué saliva. Al arrancar aquel trozo tuve ciertas dificultades para seguir respirando. ¡Pero si es una niña! Yo podría ser su abuelo, no, su tatarabuelo. ¿Por qué narices me tenía que poner tan nervioso con solo ver la piel de su barriga? Era lisa y parecía muy suave. ¿Pero que...? Holly me tocó las heridas pero el veneno no surtía el mismo efecto en ella. ¿Podría ser que ella no fuera...? ¡Pero es imposible! Ella es humana.
- Ya están casi limpias – torció los labios en una medía sonrisa, en su mejilla derecha apareció un hoyuelo que hizo que su rostro  pareciera más inocente – Eres un imán para los problemas ¿eh? Pero no pasa nada, ya están casi curadas – miré mis patas ¡La loba que me pa...! Pero si apenas se veían las cicatrices – Será que no puedo negarlo más – soltó una risilla traviesa – La magia corre por mis venas, aunque no quiero hacerlo ver a nadie. A mi padre no... – se paró en seco unos segundos, negó varias veces con la cabeza y continuo hablando – Esto ya está.
Me puse de pie. Estaba como nuevo. Ahora si quisiera podría volver a mi aspecto de humano. Holly me acarició tras la oreja. Mmm... Me volvía loco con esa caricia. Me relajaba músculos y mente, me hacía olvidar los malos momentos.
- Me alegró mucho de verte lobito, pero ahora me tengo que ir – se miró la camiseta y se encogió de hombros - ¡Bah! A la intrusa no le va a gustar... – no pareció preocupada – Bueno, no puedo retrasarme, una no puede faltar a su fiesta de cumpleaños. ¡Quince ya! De aquí nada ya me empezaran a salir arrugas como a las brujas – se rió como si hubiera dicho un chiste – Adiós lobito, espero volver a verte algún día.
Y se fue por el mismo camino por el que se habían ido los otros dos. Me dejó aturdido. ¿Qué narices había pasado aquí?


-Holly Elisabeth Mary Backer ¿dónde te has metido? – gritó la intrusa desde lo alto de la escalinata – Tenemos tres horas para vestirte y arreglarte, ¿tu crees que tenemos tiempo suficiente para hacer maravillas?
¡Dios! Como la odiaba. ¿Se pensaba que la iba a tratar mejor después de mandarme a un internado nada más casarse con mi padre? Menos mal que también mando a Max, no habría podido soportar aquel lugar sin él. Bueno, allí conocí a Blair, mi mejor amiga. Es una chica un tanto loca, extrovertida, simpática y... En fin, ella es ella. Subí la escalera a regañadientes. La única razón por la que me dejaba hacer por Rosemary era porque esa era la condición para que Jane y mi abuela pudieran venir a mis fiesta. Mi padre andaba refunfuñando todo el día pues él no estaba de acuerdo. Por primera vez Rose me la daba a mi.
- Cariño, es un día especial. Holly también tiene derecho a disfrutar de este día. No siempre se cumplen quince años – dijo mientras miraba a los ojos a mi padre, él acepto como hipnotizado.
Así que no había remedio. Me peine, me vestí como Rosemary quería. El pelo a medio recoger con tirabuzones – más cursi imposible – y un vestido blanco y virginal sin el más mínimo detalle. Solo me faltaba un osito de peluche y parecía una niña grande. Me dejo a solas una vez satisfecha. Dos segundos más tarde Blair se colaba por la puerta.
- Tia, estas... – no encontraba palabras.
- ¿Horrible? – hice una mueca de desagrado.
- Mona – y empezó a desternillarse de risa.
Pase de ella y me miré en el espejo dejando escapar un suspiro. Esta noche era muy importante. No solo daba un paso importante como mujer sino que también conocería muchas más cosas. Cosas que nunca he llegado a creer del todo. Es cierto que podía curar heridas con solo pasar mi mano por encima, además que cuando yo me hacía daño las heridas no tardaba más de unos minutos en sanar, cicatrizar y desaparecer. Como si nunca hubiera existido. Miré a mi amiga que toqueteaba mi joyero buscando algún complemento. Blair Stone también era de una familia adinerada, gracias a eso podía venir a mi casa. A la intrusa no le gustaba la gente sin dinero, si me hubiera echo amiga de cualquier chica que había entrado en el internado por las notas no me hubiera dejado invitarla a mi fiesta.
Mi amiga sonreía satisfecha al ver su imagen en el espejo. Ella se había dejado el pelo anaranjado suelto y rebelde, pero para darle algo de clase se había puesto una orquilla con forma de mariposa, de color verde, como su vestido. Siempre llevaba ropa de lo más llamativa. Camiseta roja con falda verde y leggins amarillos..., vestidos de todos los colores con zapatos totalmente opuesto al color que llevase ese día. A mi me hacía mucha gracia, porque de cierta manera, me recordaba a mi madre. Aunque ella siempre iba bien conjuntada a pesar de los colores vivos. Como la echaba de menos. Habían pasado dos años desde aquel fatídico día y aun no habían encontrado a ningún culpable, tampoco es que viera a mi padre muy preocupado por hacer algo por saber quien asesinó a su difunta esposa. Estaba demasiado embobado con la intrusa como para pensar en algo que no fuera ella. Ni siquiera me hacía mucho caso. Tampoco es que nos viéramos mucho desde que me llevaron a aquel internado.
Pero ahora eran vacaciones de verano y mi cumpleaños. No tenía que importar nada, salvodisfrutar este pequeño tiempo de libertad. Además por fin podría ver a mi tía. La necesitaba tanto.... Nos mandábamos cartas continuamente poniéndonos al tanto de todo lo que sucediese en nuestro día a día pero cada vez me sabía más a poco. Volvieron a picar a la puerta, era Tia la cocinera.
- Señorita, me ha dicho la señora que ya puede bajar, los invitados están esperando su presencia.
- Dirás mejor, los vejestorios esperan su presencia – la corrigió Blair.
- Esta bien Tia, gracias – iba a irse pero le tenía que decir algo - ¿Ha venido mi tía ya?
- Todavía no, pero no tardara en llegar – me guiñó el ojo y se marchó.
Me miré por última vez en el espejo. Me puse el collar con la piedra que me regaló mi abuela y Blair y yo salimos de mi habitación. Se escuchaban muchas voces, la mayoría de gente que ni siquiera conocía.
Bien cierto era que no sabía que era lo que me depararía la noche. El mañana sería algo distinto a partir de ahora. Pero de una cosa estaba segura, mi madre estaba conmigo, podía sentirla. Dentro de mi, en el lado izquierdo de mi pecho, el corazón.


25 febrero 2012

Capitulo 3 "Amar al destino"



 Son muchas las leyendas y las historias que se cuentan sobre las brujas... verrugas horribles, escobas voladoras, gatos negros que las rondan... hasta oscuros pactos con el Diablo!!
Se las asocia muy a menudo con maldad y con oscuridad, tal vez porque se las sabe amigas de la luna y de la noche, y lo maligno siempre se ha contrapuesto a la luz, a lo luminoso. Quizá solo fueron mujeres que no adoraron a más dios que la noche o la madre Tierra (¿quién mejor que ellas conocía las propiedades ocultas de las plantas, regalo de la naturaleza a quien supiera entenderlo?). Y quizás ese paganismo tuvo un precio demasiado alto para muchas...















Ya había pasado un año desde que mama nos había dejado y aunque mi padre se le veía más feliz seguía sin hacerme mucho caso.
- John te recuerdo que tienes una hija – le dijo Jane a mi padre el día que decidió comer con nosotras.
- Ya lo se Jane – mi padre estaba totalmente tranquilo.
- ¡Pues no lo parece! – gritó mi tía, me quede sorprendida por su reacción – Dime cuando fue la ultima vez que jugaste con ella o que simplemente la miraste.
Papa abrió la boca para decir algo pero inmediatamente la cerró. Me sentía incomoda.
- Tú..., tú no lo entiendes – dijo con dientes apretados, con rabia.
- ¿Entender el que John? – mi tía se mantenía firme – Todos perdimos a Amanda. ¡Tu hija también! Va a crecer sin el cariño de su madre. ¿Quieres que crezca sin el cariño de su padre también?
- ¡Basta!- mi padre dio un golpe con ambas manos en la mesa a la vez que se ponía de pie - ¿Acaso es culpa mía que..., que sucediera eso?
- ¿Me estas diciendo que es culpa mía? – a mi tia le temblaba la voz pero no de miedo, sino de ira – Hicimos todo lo que pudimos, ella sabe que fue así ¡Y no volveremos a fallar!
- ¡Claro que no! – mi tía se sorprendió – Porque todo eso va a terminar. No quiero que Holly se vea involucrada en algo tan macabro y absurdo. ¡Ni ahora ni nunca! Por eso... – se volvió a sentar.
- ¿Quieres que me vaya? – amenazó Jane.
- Sí – dijo sereno mi padre.
- ¡No! – grité yo.
Ambos me miraron sorprendidos. Se habían olvidado por completo de que yo estaba allí. En un acto inconsciente toque la piedra con mi mano. ¿Por qué tía Jane se tenía que ir?
Mi padre se levantó y salió del comedor. Yo estaba quieta, con la mirada fija en mi plato y la mano en mi piedra. Tía Jane se acerco a mi y me cogió por los hombros para que la mirara.
- Holly, cariño, escúchame – negué con la cabeza – Escucha, me iré, porque así lo desea tu padre pero no significa que tenga que salir de tu vida.
- No quiero que te vayas – me temblaba la voz.
- Ya lo sé cariño, lo sé – me acarició la mejilla- Pero no estarás sola, nunca lo estarás. La piedra que te regalo tu abuela te protegerá y nosotras siempre velaremos por ti.
Luego nos abrazamos. Ese mismo día mi tía dejo la casa no sin antes prometernos que nos escribiríamos. A despedirla solo salimos Tia y yo. Papa se encerró en su despacho y se mantuvo allí hasta cuando yo me fui a dormir.
La casa parecía más vacía ahora que Jane no estaba y yo cada vez me sentía más sola. A pesar de eso me sentía tranquila pero pronto esa tranquilidad iba a tocar a su fin.

Unos días más tarde

Estaba en mi cuarto sentada en la butaca y mirando por la ventana. El bosque estaba tranquilo, demasiado tranquilo. Tuve un mal presentimiento.
-          Holly, hija, ponte algo decente y baja a cenar- dijo mi padre desde la puerta- Hoy tenemos invitados.
Me limite a asentir. Todavía estaba enfadada con él por ser el culpable de la marcha de mi tía. Me puse el vestido morado con volantes que Jane me había regalado por mi decimotercero cumpleaños. Intenté alisar las ondulaciones de mis pelos pero no conseguí nada así que terminé por recogerme el pelo en una coleta.
Había tres personas en la mesa cuando baje a cenar: una mujer y dos niños. Cuando mi padre me los presento me dijo que la mujer se llamaba Rosemary. Tenía el pelo negro y rizado hasta un poco más debajo de los hombros. Sus ojos eran de un color castaño rojizo. Sus labios del color de la sangre se ensanchaban en una sonrisa. La odié nada más verla.
Los niños eran sus hijos. Tomas tenia dieciséis años. Llevaba el pelo corto y era tan negro como el carbón, sus ojos eran los mismos de su madre. Su sonrisa era malvada. Tragué saliva con nerviosismo. Aunque me fastidiara tuve que reconocer que era guapo o al menos a la vista de una niña de trece años.
Su hermano se llamaba Maxel. Max corrigió él cuando lo nombraron. Era todo lo opuesto a Tomas. Tenía el pelo oscuro, sí, pero sus ojos eran de un color gris oliváceo que inmediatamente tranquilizó mis nervios. Su sonrisa me pareció franca y sincera. Tenía más o menos mi misma edad e inmediatamente supe que nos llevaríamos bien.
Algo se palpaba en el ambiente, algo que hasta que mi padre habló no supe. Al parecer había algo que las personas aquí presentes sabían, algo que yo desconocía.
- Holly – miré a mi padre – Rosemary y yo tenemos algo que decirte.
Tomas sonrió angelicalmente a su madre y Max resopló de fastidio.
- Nos vamos a casar – sentenció.
Saltaron todas las alarmas en mi cabeza y necesité de toda mi concentración para procesar la información que acababa de llegar. Mi padre se casaba con esa mujer, la miré y me recorrió un escalofrío. No me gustaba. Parecía buena y alegre, su sonrisa no había desaparecido en ningún momento de la noche, pero estaba segura que era todo fachada.
- ¿Por qué? – pregunté.
- Nos queremos – me contestó Rosemary. Su voz más parecida a una bocina distaba de ser suave.
- ¿Y mamá? – mi mirada seguía fija en mi padre.
- Hija, tu madre ya no esta y tú necesitas a alguien, a una mujer – miró de soslayo a su futura esposa – que te ayuda a crecer.
- ¡Yo no necesito una sustituta! – grité.
Todo paso muy rápido. Mi padre se puso frente a mí y me abofeteó. Escuché, al mismo tiempo, la risa petulante de Tomas y a mi padre que decía:
- Eres una maleducada Holly, pídele disculpas a Rose ahora mismo.
Le miré con rabia y sin lágrimas. La miré a ella, su sonrisa había desaparecido y me miraba severa. ¿Pero quien se creía que era para mirarme de esa manera? Preferiría morir antes que disculparme ante la usurpadora. Giré sobre mis talones y salí de aquella habitación. Escuché a mi padre gritar mi nombre pero no le hice caso, me encerré en mi habitación. Quería gritar y romper algo pero sabía que no me serviría de nada, nada iba a cambiar el hecho de que mi padre se fuera a casar. Picaron a mi puerta pero lo ignoré. No quería ver a nadie y menos a mi padre.
- Holly, soy yo – no reconocí la voz.
- Vete, no quiero ver a nadie – farfullé.
- Soy Max, déjame entrar por favor – suplicó.
¿Max? ¿Por qué venía él? Me levanté hacía la puerta y la abrí un poco. Efectivamente era él.
- ¿Qué quieres?
- ¿Podemos hablar?
Abrí del todo y Max entró en mi habitación. Se sentó en mi cama y suspiró. Yo volví a cerrar la puerta y me senté allí mismo en el suelo, con la espalda apoyada en la madera de la puerta.
- Yo tampoco quiero que se casen – me confesó – Al contrario que mi hermano no le veo nada de positivo en ello.
- ¿Porqué? – pregunté curiosa.
- ¿Acaso no lo has notado? – le miré confundida – Mi madre no es una persona que se guié por los sentimientos. No quiere a tu padre – seguía sin entender nada - ¿No sabes nada verdad?
- ¿Saber el que?
- Sobre las brujas, magia, humanos que se convierten en animales es decir cambiantes de formas, hadas...
- Eso solo existe en los cuentos – deje de creer en todo eso hace años.
- No Holly, eso es verdad. Que quieras creer en ello o no es otra cosa bien distinta – él parecía tomárselo muy en serio. Pero seguía sin entender  la relación de todo aquello con la inminente boda que nos aguardaba – Mi madre es una bruja al igual que lo era tu madre.
Me reí ante sus palabras. Era absurdo. Mi madre no era una bruja. No podía ligar los dos conceptos en uno. Por lo que yo sabía las brujas eran mujeres malvadas, vestían de negro, llevaban un sombrero puntiagudo, escoba y eran horriblemente feas.
- Eso es ridículo – le dije – mi madre no era una bruja.
- Lo era – insistió – y de las mejores. Pero como en todo hay dos lados. El malo y el bueno. El bien y el mal. La magia buena y la magia mala – se levantó y se sentó a mi lado.
- ¿Pero que tiene eso que ver con que nuestros padres se casen Max?
- Tu madre y la mía son de bandos contrarios. Y tu madre siempre a tenido algo que mi madre quería.
- ¿El que?
- No lo se. Pero por eso esta aquí y se va a casar con tu padre. Yo... – pareció dudar pero no tardo mucho en seguir hablando – Yo nunca me he llevado bien con mi madre. Ella siempre prefirió a Tom y nada ha cambiado desde entonces. Pero yo creo que hay algo más.
- Todo esto es una locura – dije llevándome las manos a la cabeza.
- Creer o no es decisión de uno mismo, hermanita.
Pase varios días pensando en lo que Max me contó pero no podía creer nada. ¿Qué mi madre era una bruja? ¡Y que más! Ella era un ángel. Siempre tan buena y feliz. Con sus cabellos castaños y ondulados hasta la cintura. Con esa sonrisa que siempre se alzaba hasta sus ojos violetas. Su voz era musical y suave. Siempre llevaba vestido llenos de vida y de colores. Era una de las cosas que siempre traía loco a mi padre y que a mi me encantaba.
Sin darme cuenta la boda había pasado ante mis ojos sin que nada o nadie hiciera algo para evitarlo. Nada volvió a ser lo mismo en mi vida. La relación con mi padre se tornó fría y distante. Con Rosemary eran todo discusiones, ella ponía de su parte para que las cosas fueran bien pero yo quería hacerle la vida imposible. Y como respuesta, Tomas me lo hacía a mí. Pero no podía quejarme porque a ojos de mi padre y de mi madrastra era un santo. En cambio, con Max, todo iba bien. Si no fuera por él la vida con mi nueva familia hubiera sido algo horrible. Era la bondad personificada y siempre parecía saber lo que pensaba. Siempre adivinaba cuando me apetecía comer tal cosa o tal otra. También sabía cuando debía callarse ante mí, que era cuando estaba de muy mal humor. Pero lo que no pude imaginarme es que llegara averiguar todo sobre mi peludo amigo...  

24 febrero 2012

Capitulo 7 "La luz de mi oscuridad"


En la azotea de la escuela se respiraba paz. El sol calentaba mi cuerpo frió por el sudor. Desde allí se veía todo el instituto. Los chicos jugaban a fútbol en el campo. Las chicas se sentaban a la sombra de un árbol. Mas allá estaba el patio de los más pequeños que se entretenían haciendo pasteles de barro y ensuciándose unos a otros. Jack estaba apoyado contra la verja sumido en sus pensamientos. Me decidí a romper el silencio.
-          Gracias.
-          No tienes que dármelas – dijo sin mirarme – Solo hice lo que tenía que hacer – y apretó el puño dejando ver el blanco de sus nudillos.
Solté un suspiro y me senté en el suelo. Mire hacia el cielo. Estaba totalmente despejado. Dos pájaros volaban juntos. Ajenos a todo. Como si solo existieran ellos dos, volando libres junto al viento.
-          A veces pienso que sabes más de mi de lo que veo en tu mirada – le confesé.
-          Puede que así sea – vi como su mano se relajaba y luego se estiró cruzando sus brazos detrás de su cabeza.
-          ¿Y me lo vas a contar? – pregunté curiosa.
-          Todavía no – y me guiñó un ojo.
Me levanté dispuesta a marcharme. Pero Jack me cogió del brazo. Le arrebaté mi brazo al instante de una manera protectora. Cuando me di cuenta de que me estaba delatando le miré atemorizada.
-          Yo..., lo siento, no quise ser tan brusca – le dije avergonzada.
-          Sam, ¿de que hablas? No has hecho nada malo – levante la cabeza y le mire confusa - ¿Por qué allí a donde te tocan te duele?
Di un paso hacia atrás, preparándome para una huida rápida. Pero me tropecé con el viento y caí. Me empezó a doler todo el cuerpo recordándome la paliza que me dio mi padre y así, es como acabé llorando en los brazos de Jack. Desahogando toda mi pena, mi miedo, mi amargura. Él se limitaba a acariciarme el pelo con sumo cuidado procurando no provocarme ningún miedo.
-          Tranquila, no pasa nada, no voy a dejar que nadie te vuelva hacer daño.
Sus palabras sonaron como una promesa.
-          Querría contarte todo, pero no quiero que sientas pena por mi. No quiero sientas pena por mi, porque.., porque...,- intentaba hablar entre los hipos de mis sollozos – Porque apenas nos conocemos. Se que la gente se alejaría de mi si supiera la verdad.
-          No digas tonterías, Sam – digo suspirando- empieza por mi, cuéntamelo todo y te demostraré lo equivocada que estas.
Pero la campana sonó, el tiempo se había agotado y teníamos que volver a clase.

A la salida del instituto Raquel me acorraló. Me miró severamente, cogió aire y me dijo:
-          ¿Qué tienes tu con Jack?
-          ¿Yo? – la mire sorprendida – no tengo nada con él, simplemente, creo que nos estamos haciendo amigos, nada más.
-          No te creo Samantha – trague saliva, sabia perfectamente cuando una persona estaba enfadada, y Raquel lo estaba – Cuando desaparecisteis os seguí y os vi abrazados en la terraza.
-          ...
-          ¿No tienes nada que decirme? – mi dijo acusadora.
-          ¿Qué pasa aquí chicas? – dijo un Jack muy inoportuno.
-          ¿Te gusta Samantha? – le pregunto directamente.
-          ¿Cómo? – me miró buscando respuestas, yo simplemente me encogí de hombros – Pero qué estas diciendo Raqui, Sam y yo somos amigos.
-          Y que me dices de esto – saco un fotografía de nosotros dos abrazándonos.
Los dos nos miramos. Yo no quería saber como había conseguido esa foto. Pero lo que no entendía era que porque Raquel se estaba comportando de esa manera.
-          Raquel, por favor, no entiendo nada ¿qué he hecho? – le dije desesperada por su mirada ofendida.
Y entonces, como si fuera una pesadilla, Raquel me dio una bofetada. Me quedé paralizada. Supe que Raquel me odiaba, no sabía porque, ni como llegamos a este punto, pero lo supe. Las lagrimas comenzaron a brotar por mis ojos y salí corriendo, tropezándome con quien había a mi paso. Solo oyendo mi respiración agitada y el eco de un corazón que se rompía en mil pedazos. 

23 febrero 2012

Capitulo 2 "Amar al destino"


La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.

Antonio Machado

La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.

Epicuo de Samos

Sin no conoces todavía la vida, ¿cómo puede ser posible conocer la muerte?

Confuncio

Toda muerte es principio de una vida.

José Martí
Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin.
                                    Rabindranath Tagore


Año 1996

La casa estaba atestada de gente. A la mayoría no la conocía y eso que decían ser familiares míos. Pero a decir verdad me importaba muy poco quienes fueran. Solo me importaba una cosa. Mi madre había muerto. Me la habían arrebatado sin pedirme permiso, la habían asesinado.

Nadie me contó nada de lo sucedido. Lo que sabía lo había escuchado en boca de otros. Mi madre no pudo defenderse pues la atacaron por la espalda. Algo, que a mi parecer, no se lo merecía ni tu peor enemigo pues no hace otra cosa que bajarte de nivel como persona.

También escuché que fue por venganza. ¿Venganza? Parecía una locura. ¿Quién querría vengarse de mi madre? Era una mujer cándida y amable, siempre con una sonrisa en los labios. No había nadie más buena que ella. Siempre ayudando a Tia aunque esta no lo necesitase o dejando el día libre a Henry aunque había miles de cosas por hacer o arreglar.

Había perdido a mi madre y era incapaz de llorar, tampoco me atrevía a hablar. ¿Qué iba a decir? Era injusto que me arrebatasen a la persona que más quería, que más amor me había dado. Ella con sus suaves manos siempre arreglando la maraña en que se convertían mis cabellos. Ella que no era capaz de regañarme. Ella que no pregunto nada cuando vio toda mi bata llena de barro un sábado por la mañana. Simplemente me miro sería pero no tardo mas de dos segundos en sonreírme.

-          ¡Ay Holly, que haría yo sin ti! – me dijo.

Eso mismo me preguntaba yo. Miré por la ventana del gran salón de mi casa. La habitación desentonaba en comparación con la gente allí reunida, todo vestidos de negro y tristes. Estaba decorada con colores suaves y alegres dando la sensación de ser una habitación cálida a pesar de afuera llovía a cantaros. Parecía que llorase las lagrimas que yo no podía derramar. O simplemente llorase porque el cielo también estaba triste con la marcha tan inesperada de mi madre.

-          Holly, hija, ¿estas bien? – reconocí la voz de la hermana de mi padre, Jane, mi tía.

Era una mujer cálida y bondadosa. Siempre me trataba con cariño. Era alta y rubia de cabellos largos y lisos. Su mirada, siempre alegre, era del color de la avellana. Era mi única tía y sabía que no podía tener ninguna mejor que ella. Hoy sus ojos estaban tristes consumidos de dolor por nuestra perdida común.

Nos abrazamos y nos dimos consuelo. Aunque poco consuelo podía darme salvo devolverme a mi querida madre. Yo tenía un dolor en el pecho que parecía no querer desaparecer en ningún momento. Sentía que me habían arrebatado una parte importante de mi misma. 

Cuando empezó a anochecer la casa se fue vaciando lentamente. Pocos fueron los que se quedaron: mi padre, que parecía haber envejecido varios años. Mi tía Jane, mi abuela por parte materna, Ania, con su pelo blanco y corto y sus ojos del mismo tono violeta de mi madre. Y mi abuelo por parte de padre, Sack, con su semblante serio y severo.

Nos reunimos todos para cenar. Yo jugaba con la comida de mi plato incapaz de tragar nada. Mi abuela me observaba triste.

-Holly, come algo cariño – dijo al fin.

Yo negué con la cabeza. ¿Cómo podían tener hambre después de lo que le había pasado a mi madre? ¿Es que no tenían corazón? Será que no se sentían llenos de dolor como yo.  Ese dolor no me dejaba tragar a duras penas y llenaba todo mi estomago quitándome el apetito.

- Déjala Ania, no pasa nada – le contesto Jane- Yo me ocuparé de que beba un vaso de leche antes de acostarse.

- Gracias Jane – dijo mi padre con la voz rota – Te agradezco que te quedes unos días ahora que Amanda no esta...- se cogió la frente con el dedo pulgar e índice para masajeársela – No se como agradecértelo.

- No te preocupes John, tu déjalo todo en las manos mágicas de tu hermanita – mi padre la miró furibundo - ¿Qué? ¿He dicho algo que no debía? – dijo mirando a mi abuela.

- No quiero que Holly... – comenzó a decir mi padre.

- Que quieras o no quieras no importa – interrumpió mi abuela – La decisión no es tuya John – mi padre la miró triste – Sabes que esto no se va a repetir, no se va a permitir.

- Exacto – afirmó mi tía.

No sabía de que hablaban y tampoco quise entender. Me esperé a que todos hubieran terminado de cenar y me fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me senté en la cama. Al poco rato mi tía pico a la puerta y me trajo el vaso de leche que le había prometido a mi abuela. 

- Bébetelo cariño – me dijo con ternura. Se sentó al borde de la cama mientras dejaba el vaso en mi mesita de noche- Tienes que ser fuerte, bueno, se que eres fuerte, como tu madre – me miró a los ojos – Tu madre y yo éramos amigas desde pequeñas ¿sabias? – yo negué con la cabeza- Así es. Era mi compañera y amiga. Siempre sonriendo. Te pareces mucho a ella – me acarició la mejilla con su mano – No pierdas la sonrisa cariño, nosotras no vamos a dejar que la pierdas. Siempre estaremos para cuidarte. No volveremos a fallar.

Acto seguido me beso en la frente y salió de mi habitación. Otra vez hablando de cosas que yo no entendía. Para ella parecía tener mucho significado pero para mi no tenía ninguno. Supongo que eran cosas de mayores y que tendría que esperar a crecer para entender pero por ahora lo único que podía hacer era beberme la leche y acostarme.

Los días pasaban lentos y se me antojaban más tristes según iban pasando a pesar de que mi tía hacía todo lo posible por sacarme una sonrisa. Mi padre no pasaba nada de tiempo en casa, por lo que había dicho mi tía mientras hablaba con la cocinera estaba buscando consolarse con el trabajo.

Las noches se me hacían largas pues no podía dormir al no estar nada cansada. Una de esas noches me senté cerca de la ventana mirando al bosque. En realidad no esperaba ver nada, la noche estaba igual de vacía que mi ojos que aun eran incapaces de llorar.

Pero de repente, de entre los árboles, surgió una sombra. Me levante de la silla y pegué mi cara a la fría ventana. ¿Podía ser que fuera...? ¡Imposible! En dos años no le había vuelto a ver, ¿por qué iba a venir cuando yo me parecía más a una cáscara vacía que a una niña? Pero no tuve ninguna duda de que era él cuando sus ojos, verdes y luminosos, se posaron en mi ventana.

Dentro de mi pecho mi corazón despertó de su congelado letargo. Sin apartar la mirada de la ventana busque a tientas mi bata. Tras varios intentos fallidos la encontré y me la puse. Baje las escaleras a prisa y esta vez no importaba que me escuchasen, Para el caso mi tía es de sueño profundo y mi padre no estaba en casa, para variar.

El cielo estaba despejado y la noche era fresca sin resultar fría. Di la vuelta a la esquina amarrándome a la pared para no caerme. Miré al bosque con el corazón aun latiendo fuerte en mi pecho. Reanudé la carrera pero fui descendiendo la velocidad según me acercaba hasta caer de rodillas al suelo frente a él. Había soñado tanto con volver a verle. Pero ahí estaba, mi lobo y era real.

No me di cuenta de que estaba llorando hasta que el lobo rozo su morro con mi mejilla en un intento de secar las lagrimas. Le abracé y comencé a llorar con gran intensidad.

-          ¿Por qué? – dije entre hipidos - ¿Por qué la mataron?

El lobo gimió como si el también estuviese triste. Paso mucho rato hasta que por fin deje de llorar. Mi mano acariciaba ausente el suave pelaje del lobo. Parecía extraño pero el simple hecho de estar con él así, con la luna de único testigo, me hacía sentir bien. Ya no sentía dolor, o no tanto.

-          Nadie me va a contar nada, lo sé – dije, el lobo levantó las orejas para escucharme – Y tengo la extraña sensación de que no encontraran a ningún culpable. Pero las cosas no quedaran así – sonreí con tristeza – Como decía siempre mi madre: se paga justo por pecador – el lobo chupo mi mano.
Cogí la cara del lobo entre mis manos y le miré a los ojos. ¿Cómo un lobo podía tener unos ojos tan bonitos?

-          Gracias por soportar las lagrimas de una niña – el lobo gruño manifestando su desacuerdo con mis palabras – No se porque pero cuando estoy contigo se que nada malo puede pasa – torció la cabeza, parecía no entender ni lo que yo misma no podía explicar – Tengo que irme. Me he relajado tanto estando contigo que me ha entrado sueño.

El lobo lamió mi cara como si fuera un beso de despedida y yo le rasque tras las orejas como me acordaba de que le gustaba.

-          Buenas noche lobito, hasta la próxima – y me giré dirección a la casa.

Camine lentamente. Me hubiera gustado estar mucho más rato con él pero estaba cansada y necesitaba dormir. Entre en mi cuarto agotada y medio dormida. Tiré la bata sobre la silla de al lado de la ventana y me estiré en la cama cayendo en un profundo y tranquilo sueño.

Los día seguían pasando lentamente pero algo de mi yo anterior había vuelto y sorprendí a mi tía riéndome de verdad cuando ella intentaba hacerme reír. Tenía ganas de contarle a mi tía todo acerca de mi lobo pero nunca encontraba las palabras adecuadas para empezar sin acabar llevándome una reprimenda por salir de noche sola.

La abuela Ania venía muchas veces a visitarnos. En una de esas visitas me dio una piedra de color azul con alguna tonalidad verdosa.

-          Es una turquesa, cuidará de ti – me dijo mientras con sus manos cerraba en la mía la piedra.
Mi tía jane me explicó que era una piedra que evitaba el mal de ojo y la brujería y me aseguró que mientras la llevase encima estaría a salvo. Como era costumbre yo seguía sin entender nada pero ella estaban felices así que no me queje. Jane siempre se aseguraba de que la llevara encima hasta que terminó por hacerme un colgante con él a pesar de que parecía muy delicado.

Comencé a echar de menos los cuentos de cada domingo con mi padre. A penas le veía y comenzaba a pensar que me evitaba a propósito. De repente mi padre volvió a pasar más tiempo por casa, incluso parecía feliz. Una vez le pille probándose infinidades de corbatas mientras silbaba alegremente frente al espejo. Ni yo misma ni mi ti entendíamos el porque de aquella repentina felicidad. Pero no tardaríamos mucho en enterarnos.