22 febrero 2012

Capitulo 1 "Amar al destino"


El lobo es un mamífero del orden de los carnívoros. Comparte un ancestro común con el perro doméstico, como evidencia la secuencia del ADN y los estudios genéticos.[] Los lobos fueron antaño abundantes y se distribuían por Norteamérica, Eurasia y el Oriente Medio. Hogaño, por una serie de razones relacionadas con los humanos, incluyendo el muy extendido hábito de la caza, los lobos habitan únicamente en una muy limitada porción del que antes fue su territorio.
Aunque está clasificado como una especie poco amenazada para su extinción, en algunas regiones incluyendo los Estados Unidos continentales, las especies están listadas como en peligro o amenazadas. Son cazados en muchas áreas del mundo por la amenaza que se percibe al ganado, así como por deporte.
El lobo, siendo depredador, se halla en una gran cantidad de ecosistemas. Este amplio territorio de hábitat donde los lobos medran refleja su adaptabilidad como especie e incluye bosques, montañas, tundras, taigas y praderas.

Wikipedia

Año 1994


Estaba envuelta por el calor de la estufa de mi habitación. Resultaba reconfortante porque a fuera hacia un frió increíble. Me hubiera gustado salir a jugar pero era de noche y Lucy, mi joven canguro para hoy, se había negado rotundamente. Ahora estaba viendo una serie juvenil, la cual no me dejaba ver y aunque me suplicara no la vería. Era asqueroso ver a gente durante quince minutos besándose ¿Cómo lo hacían sin acabar vomitando?

Para el caso yo estaba mejor jugando con mis muñecas en mi habitación.

Me encontraba intentando tomar una importante decisión: ¿Casaba a Sally, mi barbie favorita, con Ken o con John? Era la cuarta vez que la casaba en lo que llevaba de día y era a causa del mortal aburrimiento que llevaba sufriendo cada viernes.

Desde que tenía uso de razón, cada viernes sin excepción, mis padres salían a alguna fiesta a la que eran invitados. Nunca me hablaban de que iban esas fiestas, pero yo siempre tenía curiosidad. Más de una vez les pregunté qué si yo podía ir pero sus respuestas siempre eran las mismas.

- Cariño, tienes diez años, cuando seas mayor nos suplicaras que no te llevemos – o eso esperaba mi padre por el tono de su voz, tan grave como siempre.

A mi parecer era un hombre muy guapo. Moreno con el pelo hasta los hombros siempre recogido en una coleta. Tenía los ojos oscuros y siempre parecían ver más allá. Se sentía orgulloso de mantenerse en buena forma a pesar de tener ya una hija. Cada domingo se sentaba conmigo y me explicaba cuentos. Nos lo pasábamos muy bien juntos. Además me encantaba escucharle. Su voz grave y ronca te hacía meterte en la historia. Yo siempre cerraba mis ojos y me imaginaba siendo la princesa de los cuentos.

En cambio, mi madre, la mujer más bella que yo jamás hubiera visto, me miraba con su ojos violeta llenos de ternura y me decía:

- Holly, cariño, cuando tengas quince años haremos tu presentación en sociedad – mi padre siempre la miraba con cierto recelo como si esperase que ese día no llegase nunca- entonces, no solo iras a una fiesta, si no que esta será en tu honor.

Luego me daba un suave beso en la frente para luego aferrarse del brazo de mi padre y salir de casa donde les esperaba el coche que les llevaría a la fiesta que tanto yo ansiaba ir.

Un ruido extraño me saco de mis pensamientos. Me quedé quieta a la escucha. Lo volví a oír y mis ojos violeta, un poco más oscuros que los de mi madre, se dirigieron a mi ventanal. El sonido venía de allí, de la oscura y fría noche. Me asomé a la ventana abriéndola con cuidado y procurando no hacer ruido para que Lucy no me escuchara. Salí al pequeño balcón y me asomé apoyándome a la barandilla. Escudriñé con la mirada cada rincón del bosque que daba mi habitación.

La luna estaba tapada por las nubes y me dificultaban bastante la visión. Aquel ruido otra vez. Parecía un pequeño aullido pero eso no fue lo que me llamaba la atención, ya que teníamos varios perros y más de una vez los había escuchado aullar cuando el viejo señor Henry se había olvidado de darles su cena.

Aquel aullido, más bajo que de los que había escuchado en mi corta vida, era más parecido al gemido de un perro herido. Sentí que se quejaba de dolor y pedía ayuda. Lo volví a escuchar, esta vez más cerca. Era como si lo tuviera dentro de mi cabeza y fuera a mi a quien pidiese ayuda.

Harta de no ver nada me puse mi bata y baje las escaleras con cuidado. Tenía la mirada fija en el salón donde Lucy seguía embobada frente al televisor. Llegué a la puerta de la entrada con el corazón latiendo a mi por hora. Tenía aquel aullido en mi cabeza suplicando, cada vez con más fuerza, mi ayuda. Abrí la puerta con más rapidez de la que debería y esta se quejo con un chirrido. Paralizada por el miedo de que me pillasen con las manos en la masa esperé unos segundo hasta que me aseguré de que no había ningún movimiento por parte de Lucy. Salí a la fría noche. Deje entornada la puerta y empecé a correr dirección al bosque. Cada vez era más claro aquel gemido, aquel aullido de socorro. Me sentía emocionada por lo que estaba apunto de descubrir. De pronto me paré en seco. Frente a mi, en el húmedo suelo del bosque, había un animal echado. Me acerque con cuidado. El animal no se había percatado de mi presencia. Me sorprendí al descubrir que era un lobo., ya que era muy grande para ser un perro. Era de color marrón chocolate y por sus movimientos me figuré que le costaba respirar.

Me acerque un poco más, lentamente para no asustarle. Tenía los ojos cerrados y cuanto más me acercaba más me angustiaba por su dolor. Una ramita crujió bajo mis pies y el lobo me miró. Solté una exclamación de asombro al darme cuenta del color de sus ojos. Eran de un color  verde musgo y a pesar de que nos cubría la oscuridad, brillaban como las luces de navidad que Henry ponía cada año..

Vi como intentó levantarse pero a causa del dolor se desplomó en el suelo.
- Quiero ayudarte – susurré- Sé que estas herido – levanté mi mano para acariciar su morro – Tranquilo, Holly te va a cuidar – le toqué y noté que su cuerpo se tensaba - ¿dónde te duele? – y entonces lo vi.

Tenía las dos patas del lateral derecho ensangrentadas. Pero no pude adivinar el motivo pues no había suficiente luz para ver. Deseé que las nubes se fueran y desapareciesen para poder ver mejor con la ayuda de la luna. Y como si se tratara de magia un rayo de luna nos iluminó y pude ver lo que tanto dolor le causaba a mi pobre lobo de ojos verdes. Tenía pequeñas astillas clavadas. No sabía cuanta profundidad tendrían.

Sin pensármelo dos veces empecé a sacarlas una por una. La verdad es que no me costó nada. Mis manos parecían moverse solas y sabían como hacerlo. Quitando las astillas sin romperlas para que no se le quedaran dentro. A pesar del frió que hacia empecé a sudar por tanta concentración. El lobo se quejaba pero en ningún momento me impidió que siguiera haciendo.

- Ya queda menos – le dije.

Me ensucié las manos con su sangre. Me di cuenta que el lobo, según iba quitando más cantidad de astillas, se iba relajando y respiraba más acompasadamente. Su pelaje era suave y cálido. Era extraño, pues por el contrario tendría que sentir miedo al estar con un animal tan grande pero lo que sentía era una tranquilidad y una paz impresionante. Al estar con él sentía que nada malo podía pasar que iba a estar segura.

No se cuanto tiempo paso mientras sacaba las astillas ni cuando fue el momento en el que me quede dormida, solo sé, que cuando desperté, estaba en mi cama.

Estaba tapada con mi edredón de flores pero todavía llevaba puesta la bata. Salí de mi cama y me dirigí a la ventana. Miré dirección el bosque pero nada, no vi nada. Mis manos todavía estaban llenas de barro y sangre del lobo. No podía haber sido un sueño. Aun podía notar el suave tacto del pelaje del lobo en mis manos.

Fui a mi baño particular y me limpié con jabón las manos. No quería tener que explicar a nadie lo que había visto y hecho. Salí de mi cuarto y fui a la habitación de mis padres. Entreabrí la puerta y vi que todavía seguían durmiendo. Seguramente se despertarían bien entrada la mañana, como siempre después de que fueran a alguna de sus fiestas. Sin hacer ruido volví a hacer el mismo recorrido de ayer noche. Baje las escaleras y salí por la puerta dirección al bosque. No había nada, ningún rastro de mi lobo. Sin poder evitarlo empecé a sollozar. Y no porque mi lobo no estuviera donde lo encontré la noche anterior sino porque tenía miedo de que siguiera mal. ¿Levaría quitado todas las astillas? Me arrodillé en el suelo húmedo incapaz de recordar con exactitud si lo hice o no. Tenía frío, mucho frío, pero no me importaba. Solo quería saber donde estaba mi lobo, si estaría vivo, si estaría bien.

Entonces escuché unas pisadas tras de mi. Volteé la cabeza y allí estaba, mi lobo. Y lo mejor de todo es que estaba bien. Rodeé su cuello con mis brazos en un cariñoso abrazo.

- Me alegro tanto de que estés bien – dije sinceramente.

El lobo me chupó la cara y yo me reí. No podía estar más contenta y aliviada. ¿Cómo podía sentir tanto afecto por un animal con el que había compartido su compañía una sola noche? No lo sabía, ni tampoco me interese por saberlo, tenerle ahí a mi lado era suficiente.

-¿Tienes hambre? – le pregunté- Seguro que sí. Mama siempre dice que cuando se ha estado enfermo hay que comer para recuperar fuerzas – me levanté y sacudí la bata de hojas secas – Espérame aquí ¿vale? – en respuesta el lobo se sentó y yo salí a la carrera.

Por detrás de la casa había una puerta que daba a la cocina. Era todavía muy temprano para que Tia, la cocinera, se pusiese a preparar el desayuno. Entre procurando hacer el menor ruido posible. Cogí la cesta que utilizábamos para cuando íbamos de picnic y empecé a rellenarla con comida. Cogí pan, embutido, leche, unas tijeras. Entonces me acordé del jarabe que me daba mama para cuando me ponía mala y estaba en fase de recuperación. Empecé a rebuscar entre los armarios y a la quinta intentona lo encontré. Tenía un color muy raro pero el caso es que funcionaba porque al día siguiente ya estaba buena y jugando en el patio. También metí un bol para poner la leche mezclada con el jarabe.

Cuando volví el lobo todavía seguía allí, sentado tal y como lo deje, esperándome. Le prepare varios sándwich aun sabiendo que el echo de hacerlo no serviría de nada pues se los iba a comer igual. Le puse leche en el bol y un poquito de jarabe. Cuando el lobo lo olisqueó arrugo la nariz.

-          Ya lo se, no huele muy bien y tampoco es que tenga buen sabor pero te prometo que eso te dará más fuerzas. A mi me lo da mama cuando me pongo mala y me sirve – le explique.

El lobo pareció titubear pero al final se mostró valiente y lo probo. Le miré ensimismada mineras comía. Era tan bonito y el color de sus ojos me tenía atrapada. Cuando terminó de comer el lobo se estiró al lado de donde yo estaba sentada. Le acaricié de manera automática.

-          ¿Por qué estabas malherido? ¿Quién te lo hizo? – le pregunté.
El lobo se tensó bajo mi mano como si no quisiera pensar en eso o que le preguntaran.

- Da igual – no importaba, el caso es que estaba bien – Tienes unos ojos muy bonitos ¿sabes? – noté como se relajaba.

Nos quedamos así durante un buen rato. Disfrutando de la compañía del otro. El día empezaba a estar bastante avanzado y temía que mis padres se despertase. Miré a mi lobo y me di cuenta que no tenía ninguna señal de las heridas de la noche anterior. Pero todo eso se me fue de la cabeza cuando el sol me deslumbro y se hizo tarde.

- Me tengo que ir ya – el lobo levanto la cabeza y fijo su mirada esmeralda en mi – No quiero que papa y mama se preocupen – me levante y le acaricié tras las orejas, el lobo cerro los ojos disfrutando de la caricia – Espero volver a verte pronto.

Salí corriendo pero antes de doblar la esquina para entrar en casa eche un ultimo vistazo. Mi lobo ya no estaba. Los días siguientes volví a aquel lugar en el bosque pero el lobo no volvió a aparecer. Aun así yo lo tenía bien vivo en mis recuerdos. La verdad es que no creí volver a verlo más hasta que llego el día en que la que estaba herida fui yo. 



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