25 febrero 2012

Capitulo 3 "Amar al destino"



 Son muchas las leyendas y las historias que se cuentan sobre las brujas... verrugas horribles, escobas voladoras, gatos negros que las rondan... hasta oscuros pactos con el Diablo!!
Se las asocia muy a menudo con maldad y con oscuridad, tal vez porque se las sabe amigas de la luna y de la noche, y lo maligno siempre se ha contrapuesto a la luz, a lo luminoso. Quizá solo fueron mujeres que no adoraron a más dios que la noche o la madre Tierra (¿quién mejor que ellas conocía las propiedades ocultas de las plantas, regalo de la naturaleza a quien supiera entenderlo?). Y quizás ese paganismo tuvo un precio demasiado alto para muchas...















Ya había pasado un año desde que mama nos había dejado y aunque mi padre se le veía más feliz seguía sin hacerme mucho caso.
- John te recuerdo que tienes una hija – le dijo Jane a mi padre el día que decidió comer con nosotras.
- Ya lo se Jane – mi padre estaba totalmente tranquilo.
- ¡Pues no lo parece! – gritó mi tía, me quede sorprendida por su reacción – Dime cuando fue la ultima vez que jugaste con ella o que simplemente la miraste.
Papa abrió la boca para decir algo pero inmediatamente la cerró. Me sentía incomoda.
- Tú..., tú no lo entiendes – dijo con dientes apretados, con rabia.
- ¿Entender el que John? – mi tía se mantenía firme – Todos perdimos a Amanda. ¡Tu hija también! Va a crecer sin el cariño de su madre. ¿Quieres que crezca sin el cariño de su padre también?
- ¡Basta!- mi padre dio un golpe con ambas manos en la mesa a la vez que se ponía de pie - ¿Acaso es culpa mía que..., que sucediera eso?
- ¿Me estas diciendo que es culpa mía? – a mi tia le temblaba la voz pero no de miedo, sino de ira – Hicimos todo lo que pudimos, ella sabe que fue así ¡Y no volveremos a fallar!
- ¡Claro que no! – mi tía se sorprendió – Porque todo eso va a terminar. No quiero que Holly se vea involucrada en algo tan macabro y absurdo. ¡Ni ahora ni nunca! Por eso... – se volvió a sentar.
- ¿Quieres que me vaya? – amenazó Jane.
- Sí – dijo sereno mi padre.
- ¡No! – grité yo.
Ambos me miraron sorprendidos. Se habían olvidado por completo de que yo estaba allí. En un acto inconsciente toque la piedra con mi mano. ¿Por qué tía Jane se tenía que ir?
Mi padre se levantó y salió del comedor. Yo estaba quieta, con la mirada fija en mi plato y la mano en mi piedra. Tía Jane se acerco a mi y me cogió por los hombros para que la mirara.
- Holly, cariño, escúchame – negué con la cabeza – Escucha, me iré, porque así lo desea tu padre pero no significa que tenga que salir de tu vida.
- No quiero que te vayas – me temblaba la voz.
- Ya lo sé cariño, lo sé – me acarició la mejilla- Pero no estarás sola, nunca lo estarás. La piedra que te regalo tu abuela te protegerá y nosotras siempre velaremos por ti.
Luego nos abrazamos. Ese mismo día mi tía dejo la casa no sin antes prometernos que nos escribiríamos. A despedirla solo salimos Tia y yo. Papa se encerró en su despacho y se mantuvo allí hasta cuando yo me fui a dormir.
La casa parecía más vacía ahora que Jane no estaba y yo cada vez me sentía más sola. A pesar de eso me sentía tranquila pero pronto esa tranquilidad iba a tocar a su fin.

Unos días más tarde

Estaba en mi cuarto sentada en la butaca y mirando por la ventana. El bosque estaba tranquilo, demasiado tranquilo. Tuve un mal presentimiento.
-          Holly, hija, ponte algo decente y baja a cenar- dijo mi padre desde la puerta- Hoy tenemos invitados.
Me limite a asentir. Todavía estaba enfadada con él por ser el culpable de la marcha de mi tía. Me puse el vestido morado con volantes que Jane me había regalado por mi decimotercero cumpleaños. Intenté alisar las ondulaciones de mis pelos pero no conseguí nada así que terminé por recogerme el pelo en una coleta.
Había tres personas en la mesa cuando baje a cenar: una mujer y dos niños. Cuando mi padre me los presento me dijo que la mujer se llamaba Rosemary. Tenía el pelo negro y rizado hasta un poco más debajo de los hombros. Sus ojos eran de un color castaño rojizo. Sus labios del color de la sangre se ensanchaban en una sonrisa. La odié nada más verla.
Los niños eran sus hijos. Tomas tenia dieciséis años. Llevaba el pelo corto y era tan negro como el carbón, sus ojos eran los mismos de su madre. Su sonrisa era malvada. Tragué saliva con nerviosismo. Aunque me fastidiara tuve que reconocer que era guapo o al menos a la vista de una niña de trece años.
Su hermano se llamaba Maxel. Max corrigió él cuando lo nombraron. Era todo lo opuesto a Tomas. Tenía el pelo oscuro, sí, pero sus ojos eran de un color gris oliváceo que inmediatamente tranquilizó mis nervios. Su sonrisa me pareció franca y sincera. Tenía más o menos mi misma edad e inmediatamente supe que nos llevaríamos bien.
Algo se palpaba en el ambiente, algo que hasta que mi padre habló no supe. Al parecer había algo que las personas aquí presentes sabían, algo que yo desconocía.
- Holly – miré a mi padre – Rosemary y yo tenemos algo que decirte.
Tomas sonrió angelicalmente a su madre y Max resopló de fastidio.
- Nos vamos a casar – sentenció.
Saltaron todas las alarmas en mi cabeza y necesité de toda mi concentración para procesar la información que acababa de llegar. Mi padre se casaba con esa mujer, la miré y me recorrió un escalofrío. No me gustaba. Parecía buena y alegre, su sonrisa no había desaparecido en ningún momento de la noche, pero estaba segura que era todo fachada.
- ¿Por qué? – pregunté.
- Nos queremos – me contestó Rosemary. Su voz más parecida a una bocina distaba de ser suave.
- ¿Y mamá? – mi mirada seguía fija en mi padre.
- Hija, tu madre ya no esta y tú necesitas a alguien, a una mujer – miró de soslayo a su futura esposa – que te ayuda a crecer.
- ¡Yo no necesito una sustituta! – grité.
Todo paso muy rápido. Mi padre se puso frente a mí y me abofeteó. Escuché, al mismo tiempo, la risa petulante de Tomas y a mi padre que decía:
- Eres una maleducada Holly, pídele disculpas a Rose ahora mismo.
Le miré con rabia y sin lágrimas. La miré a ella, su sonrisa había desaparecido y me miraba severa. ¿Pero quien se creía que era para mirarme de esa manera? Preferiría morir antes que disculparme ante la usurpadora. Giré sobre mis talones y salí de aquella habitación. Escuché a mi padre gritar mi nombre pero no le hice caso, me encerré en mi habitación. Quería gritar y romper algo pero sabía que no me serviría de nada, nada iba a cambiar el hecho de que mi padre se fuera a casar. Picaron a mi puerta pero lo ignoré. No quería ver a nadie y menos a mi padre.
- Holly, soy yo – no reconocí la voz.
- Vete, no quiero ver a nadie – farfullé.
- Soy Max, déjame entrar por favor – suplicó.
¿Max? ¿Por qué venía él? Me levanté hacía la puerta y la abrí un poco. Efectivamente era él.
- ¿Qué quieres?
- ¿Podemos hablar?
Abrí del todo y Max entró en mi habitación. Se sentó en mi cama y suspiró. Yo volví a cerrar la puerta y me senté allí mismo en el suelo, con la espalda apoyada en la madera de la puerta.
- Yo tampoco quiero que se casen – me confesó – Al contrario que mi hermano no le veo nada de positivo en ello.
- ¿Porqué? – pregunté curiosa.
- ¿Acaso no lo has notado? – le miré confundida – Mi madre no es una persona que se guié por los sentimientos. No quiere a tu padre – seguía sin entender nada - ¿No sabes nada verdad?
- ¿Saber el que?
- Sobre las brujas, magia, humanos que se convierten en animales es decir cambiantes de formas, hadas...
- Eso solo existe en los cuentos – deje de creer en todo eso hace años.
- No Holly, eso es verdad. Que quieras creer en ello o no es otra cosa bien distinta – él parecía tomárselo muy en serio. Pero seguía sin entender  la relación de todo aquello con la inminente boda que nos aguardaba – Mi madre es una bruja al igual que lo era tu madre.
Me reí ante sus palabras. Era absurdo. Mi madre no era una bruja. No podía ligar los dos conceptos en uno. Por lo que yo sabía las brujas eran mujeres malvadas, vestían de negro, llevaban un sombrero puntiagudo, escoba y eran horriblemente feas.
- Eso es ridículo – le dije – mi madre no era una bruja.
- Lo era – insistió – y de las mejores. Pero como en todo hay dos lados. El malo y el bueno. El bien y el mal. La magia buena y la magia mala – se levantó y se sentó a mi lado.
- ¿Pero que tiene eso que ver con que nuestros padres se casen Max?
- Tu madre y la mía son de bandos contrarios. Y tu madre siempre a tenido algo que mi madre quería.
- ¿El que?
- No lo se. Pero por eso esta aquí y se va a casar con tu padre. Yo... – pareció dudar pero no tardo mucho en seguir hablando – Yo nunca me he llevado bien con mi madre. Ella siempre prefirió a Tom y nada ha cambiado desde entonces. Pero yo creo que hay algo más.
- Todo esto es una locura – dije llevándome las manos a la cabeza.
- Creer o no es decisión de uno mismo, hermanita.
Pase varios días pensando en lo que Max me contó pero no podía creer nada. ¿Qué mi madre era una bruja? ¡Y que más! Ella era un ángel. Siempre tan buena y feliz. Con sus cabellos castaños y ondulados hasta la cintura. Con esa sonrisa que siempre se alzaba hasta sus ojos violetas. Su voz era musical y suave. Siempre llevaba vestido llenos de vida y de colores. Era una de las cosas que siempre traía loco a mi padre y que a mi me encantaba.
Sin darme cuenta la boda había pasado ante mis ojos sin que nada o nadie hiciera algo para evitarlo. Nada volvió a ser lo mismo en mi vida. La relación con mi padre se tornó fría y distante. Con Rosemary eran todo discusiones, ella ponía de su parte para que las cosas fueran bien pero yo quería hacerle la vida imposible. Y como respuesta, Tomas me lo hacía a mí. Pero no podía quejarme porque a ojos de mi padre y de mi madrastra era un santo. En cambio, con Max, todo iba bien. Si no fuera por él la vida con mi nueva familia hubiera sido algo horrible. Era la bondad personificada y siempre parecía saber lo que pensaba. Siempre adivinaba cuando me apetecía comer tal cosa o tal otra. También sabía cuando debía callarse ante mí, que era cuando estaba de muy mal humor. Pero lo que no pude imaginarme es que llegara averiguar todo sobre mi peludo amigo...  

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