La luz entraba por la ventana de la
habitación iluminando la cama en la que me encontraba. Estaba desorientada. No
sabía que hacia allí. Pero estaba tranquila. Mientras dormía alguien me había
cambiado y me había puesto un pijama. Era de chico y me quedaba bastante
grande. Miré a mi alrededor. Donde fuera que estuviese alguien muy amable había
dejado encima de la mesilla de noche un desayuno para mi. Había zumo de
naranja, tostadas, un croissant y unas pastillas de mantequilla. Quien sea que
me lo haya traído me conocía, o al menos sabía mis gustos. En mi casa no
desayunaba eso todos los días, pero era el desayuno que más me gustaba. Alguien
picó a la puerta. No conteste, pero la puerta se abrió y se asomó una cabecita
sonriente, con el pelo revuelto a causa del sueño y las mejillas sonrosadas.
Como si de un torbellino se tratase, Mikel se subió en la cama y empezó a
saltar.
-
¡Sam esta aquí! ¡Sam esta aquí! – cantaba.
Yo me empecé a
reír. Me contagió su alegría. Entonces Mikel paró y se arrodilló frente a mi,
levanto su manita y me acarició la cara.
-
Eres de verdad.
-
Mikel, ¿dónde estoy? – le pregunté.
-
En mi casa – me soltó como si fuera algo obvio.
Cuando la policía
llegó y me pidió un teléfono de algún familiar yo le dije que no tenía a nadie
más. El abogado me corrigió diciendo que tenía a mi madre, y me prometió que me
llevaría con ella. Pero si me iba a llevar con ella, ¿qué hacía yo en casa de
Mikel? O para ser realistas, de Jack. Quizás mi madre viviera lejos y hasta que
pudiera ir con ella me iba a dejar aquí. Pero ahora que lo pienso... Parecía
que Jack y el abogado se conocían. ¿De qué?
-
Vaya, veo que ya estas despierta – alcé la
mirada y ahí estaba Jack – Tu, mocoso, ¿qué haces molestando a Sam? – le dijo a
Mikel.
-
¡Quiero jugar con Sam! – dijo Mikel saltando de
nuevo en la cama.
-
Ahora no puede jugar, tiene que desayunar ¿no lo
ves? – dijo mientras señalaba la bandeja.
Mikel paró y se
bajó de la cama. Comenzó su marcha hacia la puerta.
-
Mikel, después jugamos a lo que quieras ¿vale? –
le dije intentando que volviera a sonreír.
-
¡Vale! – dijo mirándome feliz. Salió corriendo.
Jack se acercó y se
sentó en la cama.
-
¿Has dormido bien? – me pregunto amable.
-
Sí – sonreí- Gracias por todo, espero no ser una
molestia en tu casa.
-
¿Qué dices? – me apartó la mirada y juraría
haberle visto sonrojarse – No eres una molestia – cogió una tostada – Y ahora
come- y me la metió directamente en la boca.
Pensé que me iba
atragantar, pero conseguí comerme la tostada entera. Me comí el resto del
desayuno mientras, una vez más, tenía la mirada de Jack puesta en mi. Se
levantó y de camino a la puerta me dijo:
-
Venga, vístete rápido – giro un poco la cara –
Te espero abajo – me guiño un ojo y se marchó.
Mi corazón empezó a
latir rápido. Me quede petrificada mirando a una puerta cerrada. ¿Pero que me
pasa? Solo me ha guiñado un ojo, no era la primera vez. Moví la cabeza rápidamente
intentando despejar mi cabeza. Miré a mi alrededor, mi ropa no estaba por
ningún lado. Me levante de la cama, y me dirigí al gran armario blanco que
estaba al fondo de la habitación. El armario estaba llena de ropa de chica.
Miré las distintas prendas. Casi todas eran de mi talla. Era muy raro, pero
como no quería pasarme el día en pijama cogí una camisa y unos vaqueros y me
los puse. La ropa no era nueva, estaba un poco desgastada por el uso, pero era
sumamente cómoda. El olor de la camisa me recordó a una bella mujer que
desapareció de mi vida para dejarme en una temible oscuridad.
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