A la mañana siguiente padre me levantó temprano. Me metió
prisa para que me vistiera.
-
Padre, si aun es pronto para salir a comer –
pregunte confusa medio dormida.
-
Ya lo se – me miro severo, pero después se
relajo y me dijo – Es que me he dado cuenta que hace tiempo que no te compro
nada y me gustaría llevarte a alguna tienda.
Ahí me dejo patidifusa ¿Mi padre siendo generoso conmigo?
Nunca me había dado nada extra. Toda la ropa que tenía la había comprado en
mercadillos o en tiendas de segunda mano con la minúscula semanada que mi padre
me proporcionaba. Me vestí rápidamente y salimos a la calle. El sol brillaba en
un cielo despejado. Llegaba una brisa fresca. Nos paseamos por dentro de varias
tiendas y mi padre me compro un par de vestidos. No quise aprovecharme
demasiado, porque sabía que en un estallido de mal humor me lo echaría en cara.
Cuando nos dirigíamos a un restaurante me cruce con
Raquel. Nos dirigimos largas miradas y al final ella apartó la mirada en un
acto de rendición. Eso solo significaba una cosa, se arrepentía de lo ocurrido.
Yo le guiñe un ojo. Me sonrió vergonzosa. Entonces mi padre me cogió del brazo
y entramos a comer.
Ya a medía tarde, cuando nos dirigíamos hacia casa vi a
Mikel. El hermano de Jack. En cuanto me vio salió corriendo en mi encuentro.
-
Sam,
Sam, ¡eres tu!
Me quede callada. Esperando una reacción por parte de mi
padre.
-
Samantha – oh oh – ¿de que conoces a este niño?
-
Es el hermano de un compañero de clase padre –
dije rezando en mis adentros de que la tormenta no se aproximara.
-
Sam, ¿vienes a jugar conmigo un rato? – me dijo
Mikel lleno de ilusión.
-
No se llama Sam, se llama Samantha – dijo mi
padre mordaz.
Me cogió del brazo y me arrastró por la calle apretando
cada vez la presión que su mano ejercía
sobre mi brazo.
Cuando llegamos a la calle donde vivíamos mi padre se paró en seco. En frente de nuestra puerta había un hombre de traje y chaqueta que
miraba insistentemente su reloj de pulsera. Mi padre hizo ademán de darse la
vuelta cuando aquel hombre nos diviso y vino hacia nosotros.
-
Perdone, ¿usted es el señor Mckain? – preguntó el hombre con un acento extranjero que no pude reconocer.
-
Se equivoca de persona señor, lo siento – e
intentó girarse de nuevo.
-
¡Ah! Y usted debe ser la señorita Mckain – dijo
dirigiéndose a mi, dedicándome un sonrisa amable – permítame que le diga que se
parece mucho a su...
-
Ya le dicho que se equivoca de persona – dijo mi
padre elevando un tanto el tono de su voz.
-
No señor, es usted el que se equivoca de persona
– le dijo el hombre sin de dejar de ser cortes – Soy el abogado de la señora
Mckain.
Se me heló la sangre. Una gota de sudor frío bajo por mi
espalda. Mi padre, que aun tenia su mano agarrando mi brazo, me soltó. Pensé
que se iba a rendir, que no iba a huir de nuevo. Pero cuando el abogado iba a
decir algo, mi padre se abalanzó sobre él y le metió un puñetazo.
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