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¿Qué quieres decir? – dije totalmente
confundida.
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Después de aquel día en la terraza de la escuela
no tuve ninguna duda de que era lo que ocurría – dio un largo suspiro – Por
esos días tu madre estaba en esta casa, esperando a que tu padre se dignara a
responder aquella carta. Cuando volví a casa le expliqué mi teoría. Le dio un ataque
de ansiedad bastante fuerte. Ahora esta en un hospital con oxigeno, le cuesta
respirar – se acercó a mi volviendo a envolver con su calor – Lo siento mucho
Sam.
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¿Eso no es todo verdad? – pregunte. No sabía
como explicarlo, pero sabía que había más.
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Todo lo demás no tienes que saberlo de mí – me
dijo con voz sufrida – Lo que paso antes para mi es bastante confuso, yo era
pequeño – añadió – Solo puedo asegurarte que volverás a estar con tu madre.
Jack se había ido para
dejarme un rato sola. No paraba de pensar en mi madre. Mi madre estaba
sufriendo y yo quería estar con ella. Se que ahora debería pensar un poco en
mi, pero eso no iba conmigo. Me preocupaba incluso por mi padre. Quisiera o no
estábamos ligados por la sangre. Me levanté y fui a mirar por la ventana. Otro
día tocaba a su fin, otro día sin poder estar junto a mi madre. Salí del
cuarto, la verdad es que no quería estar sola. En el salón Mikel veía la
televisión junto a James. Me senté en uno de los sofás.
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Sam, ¿sabes que? – me dijo Mikel entusiasmado.
Negué con la cabeza con
una sonrisa. Ese niño me hacía sonreír con solo una miradita.
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Tío James me ha dicho que mañana iremos todos
juntos a dar un paseo por la montaña, ¿vendrás verdad? – dijo mientras se
sentaba encima mío y me miraba esperanzado.
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Esta bien – le dije y acto seguido le hice un
ataque de cosquillas, me moría por escuchar su risa – Pero tu tienes que irte a
lavar los dientes y a la cama, es muy tarde.
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Pero si mañana es fiesta – me dijo, la excusa
típica de los niños pequeños que se piensan que los fin de semana son fiesta.
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¿No te vas a ir a la cama ni por mi?
Me empezó a hacer
pucheros. No por favor, que no me resisto.
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¿Y si te cuento un cuento? – le dije como ultimo
recurso antes de que se me echara a llorar.
Su sonrisa resplandeció
y salió corriendo a por las escaleras. James me miraba con una sonrisa.
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Te pareces mucho a tu madre.
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¿De verdad? – dije con una sonrisa triste –
James..., ¿mi madre esta bien?
Apartó la mirada
dudando en contestar.
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Por favor James, solo quiero saber si ella esta
bien, estoy muy preocupada – no hubo respuesta – Me contentaría con escuchar su
voz...
Me eche a llorar. James
se levantó y se sentó a mi lado, me rodeo con su brazo en un gesto de consuelo.
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Se que tubo una crisis de ansiedad – dije entre
sollozos – Pero tengo el presentimiento que eso solo es el resultado de un mal
mayor.
Me miró serio, en su
mirada de color océano se ocultaba una tristeza profunda. Sabía que no me iba a
contestar. También que ninguno cedería. Yo quería saber la verdad, él ni nadie
quería contármelo. Pero yo seguiría insistiendo, no hoy ni tampoco mañana, pero
algún día alguien comenzaría a contestar a mis preguntas.
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Bueno Mikel, ¿qué cuento quieres hoy? – le dije
mirando la gran estantería lleno de libros.
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La cenicienta – me dijo feliz desde la cama con
su pijama de ositos.
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Esta bien, este cuento es uno de mis favoritos –
dije mientras lo cogía y acariciaba la tapa donde una chica alegre fregaba el
suelo.
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El mío también – me senté al borde de la cama –
A mami también le gusta. Siempre dice que yo fui su hada madrina – levanto una
ceja y me dijo preocupado – Pero yo no soy una chica, prefiero ser el príncipe
– añadió triunfante.
Empecé a leerle la
historia, mientras el cerraba sus ojitos cansados. Escuché el ronroneo de sus
ronquidos. Abracé el libro con un suspiro lleno de recuerdos. Los recuerdos de
una niña que durante cinco años durmió feliz. Totalmente inconsciente al dolor
que rondaba en su casa. Presa de los cuentos que su madre le contaba, en
especial aquel. Era el favorito de las dos. Ahora sería el de los tres...
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