¿Sabes? Me gustaría pensar que el camino
que estoy escogiendo es el correcto. Hay días que de verdad lo pienso, otros me
gustaría huir e ir lejos, donde solo pudiera encontrarme quien yo quisiese.
¿Adivinas quién? No, creo que no lo acertarías y menos en un día como hoy.
Siempre te valoraste
poco, nunca te viste como realmente eres. Un modelo a seguir, un héroe a mi
ver. Siempre has estado a mi lado, aunque no te lo pidiera, aunque quisiera
estar sola, siempre estuviste allí y te
lo agradezco de corazón.
Sé que suena egoísta
pero me gustaría que estuvieses aquí, apoyándome. Para que me digas si de
verdad estoy haciendo lo correcto.
Aunque entiendo que no quieras venir. Y la verdad, es mejor así. Estoy segura
de que si saliera y te viera ahora mismo con tu sonrisa torcida, el pañuelo en
la cabeza y las manos en los bolsillos... Saldría a la carrera y me tiraría en
tus brazos sabiendo que en el mismo momento que mis brazos rodearan tu cuello
tu sacarías las manos de los bolsillos y rodearías con ellas mi cintura. Luego,
como has hecho siempre, esconderías la cara en mis cabellos... Y en ese momento
me olvidaría de todo y de todos... Y sabes tan bien como yo que eso no debería
ser así...
¿Te acuerdas de cómo
nos conocimos? Era por la tarde, llovía y yo estaba dando una vuelta por una
carretera alejada de la población porque había ido a visitar a mi abuela.
Me estaba agobiando
dentro de aquella casa con olor a naftalina y salí con mi paraguas a la calle. Tú
te cruzaste conmigo, pero ni siquiera me vistes. No llevabas paraguas y te
estabas empapando entero. El pañuelo de la cabeza lo tenías pegado a la cabeza,
por la chupa de cuero resbalaban las gotas de lluvia y en tu cara solo se
reflejaba la rabia. Me acerque a ti y te puse mi paraguas sobre la cabeza. Tú
me miraste y yo me sorprendí al ver tus ojos de color miel. Me cautivaron. “Te
estas mojando” te dije. “Déjame en paz” farfullaste. Pero a pesar de tu
contestación yo seguí tapándote con mi paraguas. “¿Por qué me sigues?” me
dijiste. “Para que no te empapes más. Si quieres puedes venir a casa mi abuela
a secarte, no esta muy lejos de aquí” Me miraste extrañado. Al final accediste
pero no sin parar de quejarte de las féminas. Que quieras que te diga, para mi
fue mejor que tu novia te dejara en medio de aquella carretera. Gracias a ello
nos conocimos.
Gracias a ello supe que
era el preocuparse por alguien más que por uno mismo, aprendí a reír de verdad,
aprendí a apreciar la vida y valorarme a mi misma.
También sé que no es
momento para decir lo que tengo que decirte pero no puedo tenerlo dentro de mí.
Pero realmente te necesito aquí a mi lado. No se que nos paso aquel día. No
entiendo porque todo tuvo que cambiar. ¿Tan grave fue lo que paso? ¿Tanto miedo
teníamos de sentir lo que sentíamos? ¿Tan malo fue aquel beso que hizo que nos
separáramos? Yo soy culpable por esconderme y no querer hablar pero tú también
lo eres por irte sin decir nada. Me dejaste descolocada, confusa y alterada. Lo
que sentí con el aquel beso fue indescriptible. Desde luego no fue como los besos
que anteriormente había dado. Ese beso me cambió pero también me dolió.
Siempre nos habíamos
llevado genial, teníamos una conexión que superaba a la relación que tenían
muchas parejas a pesar de que nosotros solo éramos muy buenos amigos. Nos
entendíamos con facilidad y pocas veces tuvimos discusiones. Siempre estábamos
allí para el otro. Pero..., ¿no te diste cuenta que si no tuvimos una relación
con otra persona fue por algo? No nos hacía falta nadie más porque nos teníamos
el uno al otro.
Y aquí me tienes, dando
un paso importante en mi vida. Apunto de cruzar un pasillo para entregarme en
cuerpo y alma a otro hombre, a otro que no eres tú. ¿Y sabes que es lo que
realmente no entiendo? Que la persona que me gustaría que estuviese al final
del pasillo seas tú. ¿Pero no es así verdad? No eres tú y tampoco te veré hoy.
¡Qué estúpida! Estoy
llorando y no debería ser así. Debería estar feliz y gloriosa. Al fin y al
cabo, es el día de mi boda ¿no? El sueño de cualquier mujer... ¿Mi sueño?
Ella cerró la carta sin
haber firmado, sabiendo que él sabría de quien se trataba. Le dio la carta a su
hermana, ella sabría qué hacer con ella y le evitaría que estar mucho rato en
aquel lugar que no le agradaba. Sin decir nada su hermana se fué. Ella se miró
al espejo. El rimel se le había corrido dejando dos manchones negros por su
rostro. Cogió papel e intento arreglarlo. Pero ¿quién arreglaba su corazón? ¿De
verdad estaba dispuesta a dar este paso?
Picaron a la puerta.
-
Es la hora- dijo su padre.
Se le veía feliz. Pero
no estaba contento. Sabía que su hija no estaba contenta. Como también sabía
que aquel hombre que la esperaba al otro lado del pasillo no era la persona a
la que su hija amaba. Ella se aferró del fuerte brazo de su padre sintiéndose,
solo por unos segundos, segura de lo que iba a hacer.
Se abrieron las
puertas. La música empezó a sonar. La gente volteó la cabeza hacía ella. Todos
sonreía y tenían las cámaras preparadas para inmortalizar el momento. Él la
esperaba al final del pasillo. Sonriente, feliz. Ella dio el primer paso
mientras dejaba escapar un sonoro suspiro que no paso desapercibido por el
padre.
Es lo correcto, no hay
más, es lo único que puedo hacer. Es mi oportunidad para ser feliz. Se repetía
una y otra vez. ¿Y porque sentía que estaba apunto de cometer el error más
grande de su vida? ¿Por qué quería que nada de esto fuera real? ¿Por qué quería
que esto no fuera más que una pesadilla?
Se cogió de la mano de
su futuro esposo. Sus ojos verdes la observaban felices. Ella tuvo que reconocer
que sus ojos eran bonitos pero no eran los que ella quería ver. Le sonrío con
desconfianza a lo que el novio pensó que era una sonrisa llena de nerviosismo.
Miro de reojo la puerta
del final esperando que se abriera mientras el cura iniciaba la ceremonia. Cada
palabra la ponía nerviosa. ¿Por qué todo parecía ir tan rápido? Miró al novio,
él también la miro. Se sentía a gusto con él y sabía hacerla reír pero no
conseguía que la risa llegara a sus ojos. Tampoco la conocía realmente. Nunca
sintió ese nerviosismo por volver a verle después de una tarde juntos. Ni
sentía la necesidad de hablar con él a cada momento. Siempre cogía el móvil,
tecleaba un número, pero no era del hombre aquí presente. Era un número que se
sabía de memoria y al cual nunca se atrevía a llamar.
Tenía miedo al rechazo
de esa llamada, a su rechazo. Que no quisiera saber nada de ella. O lo que es
peor, que ya no supiera quién es, ni que fueron el uno para el otro. Escuchó un
ruido a su espalda, se giró pero no le vio. Había sido un banco de la iglesia
moviéndose. Su pulso se había acelerado. Y la respiración la sentía agitada.
Empezó a recordar cada
momento que paso con él. Se le hacían tan reales, como si los estuviera
sintiendo ahora mismo. Escuchaba su risa contra su rostro, las caricias en su
brazo, su mirada cómplice, sus labios sobre los suyos... Se llevo la mano
enguantada a la boca. ¿Qué estaba haciendo? Miró al novio, luego al cura y de
nuevo al novio. Él la miró con el ceño fruncido.
-
¿Estas bien? – le preguntó.
No, no estaba bien. No
estaba bien ni ella ni lo que estaba apunto de hacer. Era preferible estar sola
a vivir una mentira. Aquel hombre frente a ella no era él. No lo sería nunca
por mucho que se obcecase en ello. Se agarró las faldas de su blanco vestido.
-
Lo siento – le dijo.
Y salió corriendo por
el pasillo atravesando la puerta y saliendo a la plaza de la iglesia. Llovía,
llovía con fuerza. Pero no le importó mojarse. Empezó a correr de nuevo, sin
saber a donde iba. No le importaba a donde ir.
De pronto se paró y
supo con certeza a donde quería ir. Cogió el primer taxi que le pasó por delante.
Le dio la dirección. El hombre de cabello canoso lo miró extrañado. ¿Una novia
a la fuga?
Ella miraba por la
ventana nerviosa. Veía los árboles pasar, la lluvia no cesaba. Estaba empapada
pero no le importaba. El vestido se le pegaba al cuerpo y se hacía algo molesto
pero esto tampoco le importó. Quería volver allí, a donde comenzó todo. El
taxista paró y ella le dio todo el dinero que llevaba escondido en el escote
del vestido. Nunca iba sin nada encima.
El taxi se fue,
dejándola sola en aquella carretera al amparo de la lluvia. Se echó para atrás
unos cabellos que la molestaban a la vista. Se abrazó a si misma y sintió como
sus lagrimas se confundían con las gotas de lluvia que caían por su rostro.
Pero de repente la
lluvia paro de caer sobre de ella. Abrió los ojos sorprendida.
-
Te estas mojando – dijo él.
Ella lo miró. Tal y
como recordaba. El pañuelo en la cabeza, la sonrisa torcida y una mano en el
bolsillo. En la otra aguantaba el paraguas que los protegía de la lluvia. Y tal
y como había supuesto en su carta se lanzó a sus brazos. Rodeó su cuello con sus
brazos. El soltó el paraguas y la cogió por la cintura mientras escondía la
cara en el cuello de la muchacha.
La lluvia los estaba
mojando, pero no importaba. Sintieron que el tiempo se detenía y que nada más
que ellos dos importaba. Él cogió su rostro con las manos mientas fijaban la
mirada el uno en el otro.
Y con un movimiento
lento ella se alzo sobre la punta de sus pies y acercó los labios a los de él,
parándose a escasos segundos de sus labios. Vio la sonrisa torcida y supo que
no volvería a huir. Ya no sentían miedo. Ya no se sentían inseguros. Se tenían
el uno al otro y ya nada importaba.
Él recorrió el último
tramo hacía los labios de ella. En el mismo momento que juntaron sus bocas
dejaron de sentir la lluvia caer y un calor intenso y agradable los recorrió de
pies a cabeza. Ni las dudas ni los miedos les volverían a separar. La lluvia
era testigo. Lo había sido siempre. La lluvia había unido sus dos corazones,
los hizo latir al unísono, les hizo ser uno, ahora y para siempre.
Supongo que es una historia bonita xD, pero se nota cuando estas inspierada
ResponderEliminar¿Qué es eso de suponer? xD
Eliminarpues eso, supongo, no puedo opinar desde la experiencia
EliminarMe encantaba, me encanta y me seguirá encantando <3 Eres una artista :) ¡Crack! :D
ResponderEliminar>///< gracias preciosa :)
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