La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras
somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.
Antonio
Machado
La
muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando
existe la muerte, ya no existo yo.
Epicuo
de Samos
Sin
no conoces todavía la vida, ¿cómo puede ser posible conocer la muerte?
Confuncio
Toda muerte es principio de una vida.
José Martí
Como un mar, alrededor de la soleada
isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin.
Rabindranath Tagore
Año 1996
La casa estaba atestada de
gente. A la mayoría no la conocía y eso que decían ser familiares míos. Pero a
decir verdad me importaba muy poco quienes fueran. Solo me importaba una cosa.
Mi madre había muerto. Me la habían arrebatado sin pedirme permiso, la habían
asesinado.
Nadie me contó nada de lo
sucedido. Lo que sabía lo había escuchado en boca de otros. Mi madre no pudo
defenderse pues la atacaron por la espalda. Algo, que a mi parecer, no se lo
merecía ni tu peor enemigo pues no hace otra cosa que bajarte de nivel como
persona.
También escuché que fue
por venganza. ¿Venganza? Parecía una locura. ¿Quién querría vengarse de mi
madre? Era una mujer cándida y amable, siempre con una sonrisa en los labios.
No había nadie más buena que ella. Siempre ayudando a Tia aunque esta no lo
necesitase o dejando el día libre a Henry aunque había miles de cosas por hacer
o arreglar.
Había perdido a mi madre y
era incapaz de llorar, tampoco me atrevía a hablar. ¿Qué iba a decir? Era
injusto que me arrebatasen a la persona que más quería, que más amor me había
dado. Ella con sus suaves manos siempre arreglando la maraña en que se
convertían mis cabellos. Ella que no era capaz de regañarme. Ella que no
pregunto nada cuando vio toda mi bata llena de barro un sábado por la mañana.
Simplemente me miro sería pero no tardo mas de dos segundos en sonreírme.
-
¡Ay Holly, que
haría yo sin ti! – me dijo.
Eso mismo me preguntaba
yo. Miré por la ventana del gran salón de mi casa. La habitación desentonaba en
comparación con la gente allí reunida, todo vestidos de negro y tristes. Estaba
decorada con colores suaves y alegres dando la sensación de ser una habitación
cálida a pesar de afuera llovía a cantaros. Parecía que llorase las lagrimas
que yo no podía derramar. O simplemente llorase porque el cielo también estaba
triste con la marcha tan inesperada de mi madre.
-
Holly, hija,
¿estas bien? – reconocí la voz de la hermana de mi padre, Jane, mi tía.
Era una mujer cálida y
bondadosa. Siempre me trataba con cariño. Era alta y rubia de cabellos largos y
lisos. Su mirada, siempre alegre, era del color de la avellana. Era mi única
tía y sabía que no podía tener ninguna mejor que ella. Hoy sus ojos estaban
tristes consumidos de dolor por nuestra perdida común.
Nos abrazamos y nos dimos
consuelo. Aunque poco consuelo podía darme salvo devolverme a mi querida madre.
Yo tenía un dolor en el pecho que parecía no querer desaparecer en ningún momento.
Sentía que me habían arrebatado una parte importante de mi misma.
Cuando empezó a anochecer
la casa se fue vaciando lentamente. Pocos fueron los que se quedaron: mi padre,
que parecía haber envejecido varios años. Mi tía Jane, mi abuela por parte materna,
Ania, con su pelo blanco y corto y sus ojos del mismo tono violeta de mi madre.
Y mi abuelo por parte de padre, Sack, con su semblante serio y severo.
Nos reunimos todos para
cenar. Yo jugaba con la comida de mi plato incapaz de tragar nada. Mi abuela me
observaba triste.
-Holly, come algo cariño –
dijo al fin.
Yo negué con la cabeza.
¿Cómo podían tener hambre después de lo que le había pasado a mi madre? ¿Es que
no tenían corazón? Será que no se sentían llenos de dolor como yo. Ese dolor no me dejaba tragar a duras penas y
llenaba todo mi estomago quitándome el apetito.
- Déjala Ania, no pasa
nada – le contesto Jane- Yo me ocuparé de que beba un vaso de leche antes de
acostarse.
- Gracias Jane – dijo mi
padre con la voz rota – Te agradezco que te quedes unos días ahora que Amanda
no esta...- se cogió la frente con el dedo pulgar e índice para masajeársela –
No se como agradecértelo.
- No te preocupes John, tu
déjalo todo en las manos mágicas de tu hermanita – mi padre la miró furibundo -
¿Qué? ¿He dicho algo que no debía? – dijo mirando a mi abuela.
- No quiero que Holly... –
comenzó a decir mi padre.
- Que quieras o no quieras
no importa – interrumpió mi abuela – La decisión no es tuya John – mi padre la
miró triste – Sabes que esto no se va a repetir, no se va a permitir.
- Exacto – afirmó mi tía.
No sabía de que hablaban y
tampoco quise entender. Me esperé a que todos hubieran terminado de cenar y me
fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me senté en la cama. Al poco rato mi tía
pico a la puerta y me trajo el vaso de leche que le había prometido a mi
abuela.
- Bébetelo cariño – me
dijo con ternura. Se sentó al borde de la cama mientras dejaba el vaso en mi
mesita de noche- Tienes que ser fuerte, bueno, se que eres fuerte, como tu madre
– me miró a los ojos – Tu madre y yo éramos amigas desde pequeñas ¿sabias? – yo
negué con la cabeza- Así es. Era mi compañera y amiga. Siempre sonriendo. Te
pareces mucho a ella – me acarició la mejilla con su mano – No pierdas la
sonrisa cariño, nosotras no vamos a dejar que la pierdas. Siempre estaremos
para cuidarte. No volveremos a fallar.
Acto seguido me beso en la
frente y salió de mi habitación. Otra vez hablando de cosas que yo no entendía.
Para ella parecía tener mucho significado pero para mi no tenía ninguno.
Supongo que eran cosas de mayores y que tendría que esperar a crecer para
entender pero por ahora lo único que podía hacer era beberme la leche y
acostarme.
Los días pasaban lentos y
se me antojaban más tristes según iban pasando a pesar de que mi tía hacía todo
lo posible por sacarme una sonrisa. Mi padre no pasaba nada de tiempo en casa,
por lo que había dicho mi tía mientras hablaba con la cocinera estaba buscando
consolarse con el trabajo.
Las noches se me hacían
largas pues no podía dormir al no estar nada cansada. Una de esas noches me
senté cerca de la ventana mirando al bosque. En realidad no esperaba ver nada,
la noche estaba igual de vacía que mi ojos que aun eran incapaces de llorar.
Pero de repente, de entre
los árboles, surgió una sombra. Me levante de la silla y pegué mi cara a la
fría ventana. ¿Podía ser que fuera...? ¡Imposible! En dos años no le había
vuelto a ver, ¿por qué iba a venir cuando yo me parecía más a una cáscara vacía
que a una niña? Pero no tuve ninguna duda de que era él cuando sus ojos, verdes
y luminosos, se posaron en mi ventana.
Dentro de mi pecho mi
corazón despertó de su congelado letargo. Sin apartar la mirada de la ventana
busque a tientas mi bata. Tras varios intentos fallidos la encontré y me la
puse. Baje las escaleras a prisa y esta vez no importaba que me escuchasen,
Para el caso mi tía es de sueño profundo y mi padre no estaba en casa, para
variar.
El cielo estaba despejado
y la noche era fresca sin resultar fría. Di la vuelta a la esquina amarrándome
a la pared para no caerme. Miré al bosque con el corazón aun latiendo fuerte en
mi pecho. Reanudé la carrera pero fui descendiendo la velocidad según me
acercaba hasta caer de rodillas al suelo frente a él. Había soñado tanto con
volver a verle. Pero ahí estaba, mi lobo y era real.
No me di cuenta de que
estaba llorando hasta que el lobo rozo su morro con mi mejilla en un intento de
secar las lagrimas. Le abracé y comencé a llorar con gran intensidad.
-
¿Por qué? – dije
entre hipidos - ¿Por qué la mataron?
El lobo gimió como si el
también estuviese triste. Paso mucho rato hasta que por fin deje de llorar. Mi
mano acariciaba ausente el suave pelaje del lobo. Parecía extraño pero el
simple hecho de estar con él así, con la luna de único testigo, me hacía sentir
bien. Ya no sentía dolor, o no tanto.
-
Nadie me va a
contar nada, lo sé – dije, el lobo levantó las orejas para escucharme – Y tengo
la extraña sensación de que no encontraran a ningún culpable. Pero las cosas no
quedaran así – sonreí con tristeza – Como decía siempre mi madre: se paga justo
por pecador – el lobo chupo mi mano.
Cogí la cara del lobo
entre mis manos y le miré a los ojos. ¿Cómo un lobo podía tener unos ojos tan
bonitos?
-
Gracias por
soportar las lagrimas de una niña – el lobo gruño manifestando su desacuerdo
con mis palabras – No se porque pero cuando estoy contigo se que nada malo
puede pasa – torció la cabeza, parecía no entender ni lo que yo misma no podía
explicar – Tengo que irme. Me he relajado tanto estando contigo que me ha
entrado sueño.
El lobo lamió mi cara como
si fuera un beso de despedida y yo le rasque tras las orejas como me acordaba
de que le gustaba.
-
Buenas noche
lobito, hasta la próxima – y me giré dirección a la casa.
Camine lentamente. Me
hubiera gustado estar mucho más rato con él pero estaba cansada y necesitaba
dormir. Entre en mi cuarto agotada y medio dormida. Tiré la bata sobre la silla
de al lado de la ventana y me estiré en la cama cayendo en un profundo y
tranquilo sueño.
Los día seguían pasando
lentamente pero algo de mi yo anterior había vuelto y sorprendí a mi tía
riéndome de verdad cuando ella intentaba hacerme reír. Tenía ganas de contarle
a mi tía todo acerca de mi lobo pero nunca encontraba las palabras adecuadas
para empezar sin acabar llevándome una reprimenda por salir de noche sola.
La abuela Ania venía
muchas veces a visitarnos. En una de esas visitas me dio una piedra de color
azul con alguna tonalidad verdosa.
-
Es una turquesa,
cuidará de ti – me dijo mientras con sus manos cerraba en la mía la piedra.
Mi tía jane me explicó que
era una piedra que evitaba el mal de ojo y la brujería y me aseguró que
mientras la llevase encima estaría a salvo. Como era costumbre yo seguía sin
entender nada pero ella estaban felices así que no me queje. Jane siempre se
aseguraba de que la llevara encima hasta que terminó por hacerme un colgante
con él a pesar de que parecía muy delicado.
Comencé a echar de menos
los cuentos de cada domingo con mi padre. A penas le veía y comenzaba a pensar
que me evitaba a propósito. De repente mi padre volvió a pasar más tiempo por
casa, incluso parecía feliz. Una vez le pille probándose infinidades de
corbatas mientras silbaba alegremente frente al espejo. Ni yo misma ni mi ti
entendíamos el porque de aquella repentina felicidad. Pero no tardaríamos mucho
en enterarnos.
intrigado me hayo, me siento como la prota, no entiendo nada xD
ResponderEliminarDe eso se trata :P Thanks!
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